POR: NOLBERTO ARATA HURTADO
Con alegría leí las remembranzas escritas por Carlos Pomareda, Rolando Luque, Salvador Cutipa Vélez y la joven Célida Coayla Puma.
Mi vínculo con nuestro bicentenario colegio se inició en abril de 1957, cuando en el colegio “Rafael Díaz” estaba por comenzar cuarto de primaria. De pronto, mencionaron nombres y dijeron:
-“Los alumnos nombrados, desde el lunes irán al colegio 981, anexo al Colegio Nacional La Libertad”.
Desconozco los criterios por los que fui seleccionado, lo cierto es que fue una conmoción, pues dejaba amigos y una trayectoria de vida que había sido cultivada desde «El Asilo» de Belén.
Lo cierto es que aquel lunes, los que íbamos al «otro» colegio, nos reunimos en el patio del “Rafael Díaz”, donde nos presentaron a don Hugo Díaz Vargas, quien sería el director del nuevo colegio. Nos pidió que lo siguiéramos y, en el trayecto, se integraron alumnos del colegio 980, conocido como el de “Alfonso Chávez”.
Cuando llegamos al colegio “La Libertad”, nos asignaron un aula que antes era utilizada para ciencias naturales y nos impactó encontrarnos con un esqueleto que parecía natural, colgado de una percha.
A los alumnos de cuarto grado nos presentaron a David Charaja Ortega, de piel morena, quien sería nuestro profesor. A los de quinto grado, al profesor Llerena, de tez blanca. Menciono esta diferencia de color porque, inmediatamente, los alumnos les pusimos los apodos de «Coca-Cola» y «Naranjín».
Este cambio de colegio fue especial, ya que nos involucró en una nueva modalidad de estudios y relaciones. También recuerdo que en el colegio “La Libertad” recién se había dejado de estudiar conjuntamente hombres y mujeres. A los varones nos prohibieron el ingreso a la piscina, porque quedó en el área del colegio de las chicas.
Esa piscina, de medidas profesionales, se construyó con la participación de los alumnos que llegaban tarde o cometían alguna indisciplina. La forma de recuperar los puntos era dedicando mínimo una hora a cavar. Esa obra se realizó cuando don Humberto Oliveros Márquez era el director.
Para la inauguración, se organizó una competencia de natación, con la participación del campeón nacional, el campeón de Arequipa y, en representación de Moquegua, Germán “Pecho de Lata” Morón, Víctor “La Vieja” Cuéllar Ávalos, entre otros. El ganador fue nuestro querido Germán «Pecho de Lata».
Cuando el local fue administrado por las monjas, enterraron la piscina para evitar que se vieran cuerpos semidesnudos, pues lo consideraban un pecado, privando a la juventud de un deporte sano e importante.
El local del colegio era el mismo que el “San José”, fundado en 1711, gracias a la donación de don José Hurtado de Ichagoyen. Contaba con amplias aulas, un patio central rodeado de árboles para los recreos y un salón de actos, que en realidad era un mini teatro con todas las características del teatro español de la Edad de Oro.
Con el paso de los años, el colegio se modernizó para ofrecer una educación eficiente y contaba con equipos para ciencias y laboratorios.
En el de física, recuerdo el Anillo de Gravesande, que, por efectos del calor, demostraba la dilatación de los metales; o el Disco de Newton, que explicaba la composición de la luz. En una cara tenía los colores del arco iris y, al girar rápidamente, se veía blanco.
También recuerdo la rueda que, al ser friccionada a gran velocidad, generaba electricidad, o el cristal que descomponía la luz del Sol en los colores del arco iris, además de otros elementos didácticos.
En 1958, nos trasladamos a las nuevas instalaciones en el «Gramadal», donde actualmente funciona el Simón Bolívar, y las antiguas fueron ocupadas por el colegio de mujeres “Santa Fortunata”, dirigido por monjas y personal laico.
¡Recuerdos! Que comparto con ustedes.
(Continuará)