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lunes, septiembre 8, 2025

Malecón de Ilo: donde la tierra toca el mar

El sueño continúa: que el malecón se proyecte por las playas de Palm Beach, Boca del Río y Media Luna, hasta culminar en un gran acuario con peces, plantas marinas y maravillas del océano.

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POR: JORGE ACOSTA ZEVALLOS (ECONOMISTA DEL CEOP ILO)

Con la inauguración de la tercera etapa del Malecón Costero, Ilo ha cumplido su antiguo anhelo: mirar de frente al océano que antes le estuvo de espaldas. Lo que hoy se extiende ante los ojos no es solo concreto y diseño, sino un poema urbano de más de dos kilómetros donde la tierra se funde con el agua, y el horizonte se convierte en escenario. Las aves marinas danzan sobre las olas, que se agitan como si supieran que ahora son vistas, celebradas.

Este malecón no nació de la nada. Es la costura final de un tejido que comenzó en los años ochenta, cuando Ilo empezó a crecer con una determinación silenciosa. Pero antes de eso, en los años cincuenta, Ilo era apenas un suspiro entre rocas: una plaza de armas modesta, unas pocas calles que se perdían en el polvo, una glorieta solitaria mirando tímidamente al mar, un muelle fiscal y vestidores para los bañistas que se atrevían a desafiar la bravura de las olas. Desde ese rincón nació la calle Miramar, y más allá, el roquerío que guardaba las playas de La Lechuga y La Picuda como secretos. En los sesenta llegaron las industrias: EPISA primero, luego la International Petroleum Company, instalándose cerca de la playa del Diablo y Peña Blanca, como heraldos de una nueva era.

Todo cambió en la década de los ochenta. Ilo, por fin, debía mirar el mar. Bajo el liderazgo del alcalde Julio Díaz Palacios y el impulso de quienes llegaron atraídos por la pesca artesanal e industrial, la metalurgia del cobre, el comercio y otros oficios, la ciudad comenzó a soñar.

Los cambios continúan: Ilo crece como adolescente que todo se le modifica, en población, en extensión, en espíritu. En los años noventa, las fábricas de harina y conservas —Pesca Perú y EPSEP— se privatizaron y, por razones que el viento nunca explicó, terminaron cerrando. Pero en ese silencio industrial nace una oportunidad: extender el Malecón Costero hasta la playa de Peña Blanca. Le toca entonces al alcalde Ernesto Herrera Becerra enfrentar el mar embravecido, sin canon, pero con el sueño intacto de vivir con el océano como vecino.

El alcalde Pocho Mendoza añade las emblemáticas glorietas, aunque también surgen desaciertos: plazas alusivas al Ejército, la Policía y Bolivia que desdibujan la esencia del paseo. Con Pocho y los alcaldes que siguieron, llegan mejoras y mantenimientos, esta vez con el respaldo de un canon minero sustancial.

Pero aún se reclamaba, con voz firme, la construcción de la tercera etapa del malecón. Nadie sabía por qué no se hacía; las excusas iban y venían como mareas. Temía el pueblo que la obra faltante se iniciara y quedara inconclusa, como tantas otras.

Hoy ha sido inaugurado, y brilla: bello, armonioso, casi único en el país, listo para recibir al turismo con los brazos abiertos. Mérito del alcalde actual, aunque nuevos retos se asoman: cuidarla, mantenerla y preservar su alma de mirar el mar. No más plazitas sin sentido ni barcos simulados.

El sueño continúa: que el malecón se proyecte por las playas de Palm Beach, Boca del Río y Media Luna, hasta culminar en un gran acuario con peces, plantas marinas y maravillas del océano. A los jóvenes de hoy les toca soñar y construir ese futuro de buen vivir.

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