POR: CÉSAR A. CARO JIMÉNEZ
Ante el anuncio de Julio Velarde, presidente del Banco Central de Reserva (BCR) que ajustó a la baja su proyección de crecimiento económico y lo pasó de 2.2 % a 0.9 % en lo que respecta al presente año; particularmente me sonrío y espero que ello sirva para que nos no dejemos llevar por las interpretaciones económicas y sesgadas que muchos “especialistas” nos vienen “vendiendo” en el Perú desde hace varias décadas, utilizando el término “crecimiento” para darnos una falsa sensación de progreso y bienestar, que fundamentalmente se ha nutrido de una droga llamada “minería”, que podría servir para justificar Tía María. Y para que el lector comprenda a plenitud porque la describo a la minería como una sustancia alucinógena, me permito darles a conocer o recordarles que las diferencias que existen entre crecimiento y desarrollo desde un punto de vista económico son importantes para entender el progreso de las sociedades.
El crecimiento económico se refiere al aumento de la producción de bienes y servicios en un país o región generalmente durante un período de tiempo y en base a la explotación usualmente de recursos naturales agotables, (guano, salitre, pesca, cobre etc.), mientras que el desarrollo económico implica una mejora de la calidad de vida de la población, que incluye aspectos como la educación, la salud, el medio ambiente, la democracia y los derechos humanos. Luego el crecimiento económico no siempre implica desarrollo económico, ya que puede haber países o regiones que crecen mucho pero no distribuyen equitativamente los beneficios entre sus habitantes, como ocurre en Moquegua, o que generan externalidades negativas como la contaminación o el agotamiento de los recursos naturales. Por otro lado, el desarrollo económico no siempre requiere un alto crecimiento económico, ya que puede haber países que logran avances sociales y ambientales con un nivel moderado de producción.
Por lo tanto, es necesario analizar ambos conceptos de forma integral y complementaria, y no solo centrarse en el producto interno bruto (PIB) como indicador del bienestar de una nación. El PIB mide el valor monetario de lo que se produce en un país, pero no refleja la distribución del ingreso, el acceso a los servicios básicos, la preservación del patrimonio cultural o la sostenibilidad ecológica. Para evaluar el desarrollo económico se requieren otros indicadores más amplios y multidimensionales, como el índice de desarrollo humano (IDH), el índice de pobreza multidimensional (IPM) o el índice de progreso social (IPS), aspectos últimos que no son muy halagüeños en el Perú, tal como se pudo apreciar en los últimos años como consecuencia de los fenómenos naturales y la pandemia, que en nuestro departamento desnudó que el mismo no desarrolla, ni progresa.
La relación entre crecimiento y desarrollo no es lineal ni automática. Es posible que un país, como ha ocurrido en el Perú, tenga un alto crecimiento económico, pero un bajo desarrollo humano, si los beneficios del crecimiento no se distribuyen equitativamente entre la población o si se deterioran los recursos naturales o sociales. Pero también ocurre lo contrario: es posible que un país tenga un bajo crecimiento económico, pero un alto desarrollo humano, si invierte adecuadamente en la educación, la salud y el bienestar de sus habitantes. Por ejemplo, Costa Rica tiene un PIB per cápita menor que el de muchos países latinoamericanos, pero tiene un IDH más alto gracias a su sistema de salud universal, su abolición del ejército y su compromiso con la conservación ambiental.
Y es que no basta con crecer para desarrollarse ni para progresar. Se requiere una distribución más equitativa de la riqueza, una mayor participación democrática de la ciudadanía, una mayor protección de los derechos humanos y una mayor preservación de los recursos naturales. Estos son algunos de los retos que plantea la división internacional del trabajo en el presente siglo.
La división internacional del trabajo es el reparto de las actividades productivas entre los distintos países según sus ventajas comparativas y competitivas. Esta división implica una especialización de los países en determinados sectores económicos, lo que conlleva una mayor interdependencia y una mayor integración comercial a nivel mundial y en casos como el Perú el no poder darles mayor valor agregado a sus exportaciones. Sin embargo, esta división no es equitativa ni justa, sino que refleja las desigualdades existentes entre los países ricos y los países pobres. Los primeros se benefician de su posición dominante en el comercio internacional, de su mayor capacidad tecnológica y financiera, y de su mayor influencia política y cultural. Los segundos, como el nuestro en cambio, sufren las consecuencias negativas de la globalización, como la dependencia económica, la explotación de sus recursos naturales, la competencia desleal, la pérdida de soberanía (tratados de libre comercio) y la vulnerabilidad ante las crisis.
Debemos entonces distinguir entre los conceptos de crecimiento, desarrollo y progreso. El crecimiento se refiere al aumento cuantitativo del producto interior bruto (PIB) de un país o región en un período determinado. El desarrollo se refiere al aumento cualitativo del bienestar económico, social y ambiental de una población. El progreso se refiere al avance hacia una situación más deseable desde el punto de vista ético, moral y cultural. Estos conceptos no son equivalentes ni necesariamente correlacionados. Es posible que un país crezca sin desarrollarse ni progresar, o que se desarrolle y progrese sin crecer. Como quisiera que nuestras autoridades lo entendieran cabalmente, que no tienen la menor idea de que hacer para desarrollarse y progresar.