POR: JESÚS MACEDO GONZALES
En los últimos años, los streamers se han convertido en protagonistas inesperados de la comunicación política. Se trata de personas que transmiten en vivo lo que hacen, desde jugar videojuegos hasta compartir su día a día, y que llegan a congregar miles de seguidores, la mayoría jóvenes. A primera vista parecen simples generadores de entretenimiento, pero su influencia es tan grande que incluso han empezado a tener impacto en la esfera política.
Un ejemplo reciente es el caso de Speed, un creador de contenido extranjero que llegó a Lima. Bastó con que probara un ceviche picante y apareciera en el balcón municipal con el alcalde para que cientos de jóvenes se reunieran en la Plaza de Armas solo para verlo. Más allá de lo anecdótico, este hecho refleja el poder de convocatoria que pueden tener los nuevos líderes digitales. Lo que antes ocurría con cantantes o deportistas, ahora pasa con personas que transmiten en vivo su vida cotidiana.
La política peruana no ha sido ajena a este fenómeno. El expresidente Vizcarra, por ejemplo, ahora que se habla mucho de su detención, fue entrevistado por un joven streamer llamado “Cristorata”, lo que muestra cómo algunos políticos buscan acercarse a un público juvenil que ya no consume encuestas ni noticieros, sino transmisiones en vivo. Algo similar ocurre con el alcalde de Ate, Franco Vidal, quien transmite sus actividades municipales en redes sociales: desde reclamar la construcción de una vereda hasta mostrar operativos en vivo. Él hace poco llegó a Moquegua y sus seguidores lo recibieron. Para muchos jóvenes resulta un gesto de transparencia y carisma, algo que no ven en nuestras autoridades locales y regionales, donde la transparencia ni siquiera está en el portal web. Sin embargo, también es válido preguntarse si estas transmisiones son realmente gestión municipal o simplemente un espectáculo para ganar popularidad, donde no se muestra toda la verdad o, cuando la prensa vigila al alcalde streamer, este se molesta, como si por ser streamer tuviera el privilegio de no ser criticado.
De hecho, investigaciones periodísticas, como las de Marco Sifuentes, han señalado que dicho alcalde habría favorecido a familiares en contrataciones municipales. Lo sorprendente es su reacción airada frente a la crítica, lo cual revela un espíritu poco democrático, considerando que una autoridad política siempre debe estar sometida al escrutinio público. Esto confirma que, aunque las redes ofrecen cercanía, también pueden usarse para manipular percepciones.
La enseñanza es clara: los streamers y las redes sociales son un nuevo escenario de comunicación política que no podemos despreciar. Tienen la capacidad de acercar la política a los jóvenes, pero al mismo tiempo pueden maquillar la realidad y mostrar solo lo que conviene. La historia peruana ya nos enseñó, con el caso Fujimori, cómo los medios pueden ser usados para manipular mientras detrás se esconde corrupción. Hoy la lógica es parecida: no todo lo que brilla en las transmisiones en vivo es oro.
Por eso, el reto no es prohibir ni criticar estas nuevas formas de comunicación, sino formar a los jóvenes en pensamiento crítico y educación política. Solo así podrán distinguir entre el show mediático y la verdadera rendición de cuentas. Al fin y al cabo, la democracia no se construye con “likes” o vistas en un stream, sino con ciudadanos capaces de mirar más allá de la pantalla y exigir honestidad y responsabilidad a sus autoridades.