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21 febrero, 2025 4:50 am

Las épocas de lluvia en Moquegua

Hace muchos años, las lluvias eran tan fuertes y permanentes que todos los días había neblinas o “camanchaca”. Desde el valle hasta Torata, los cerros estaban verdes y las majadas venían desde la sierra a pastar.

POR: NOLBERTO ARATA HURTADO   

Antes de la llegada de los españoles, para nuestras culturas, la llegada de las lluvias era muy importante, por lo que desarrollaron tecnologías para su mejor uso, conservación y aprovechamiento en la agricultura y en el diario vivir. Por lo tanto, las lluvias de verano siempre han sido pedidas y luego rogadas a Dios y los santos.

En nuestro Moquegua, en el siglo pasado, hubo siete años de sequía, y nuestra gente, que fundamentalmente vivía de la agricultura, lo pasó más que fatal.

Si no “entraba” el río, había gran desesperación, incluso en los agricultores del valle de Ilo, quienes no solo venían en grupos a Torata a la fiesta de la Virgen de la Candelaria, sino que también traían a la Virgen del Rosario para llevarla en procesión e implorar el milagro de la llegada de las lluvias. A San Antonio lo ponían de cabeza, pues creían que, de esa forma, el santo atendería sus ruegos.

Sin embargo, las lluvias no llegaban, a pesar de que el refranero criollo dice en referencia a ellas: “Enero, poco; febrero, loco; marzo, llorón y abril, aguas mil”.

Ahora, después de muchos años, hay abundancia de lluvias y los urbanitos quejosos dicen: «Si el campo es el que necesita agua, que llueva allí y aquí nos dejen en paz».

Hace muchos años, las lluvias eran tan fuertes y permanentes que todos los días había neblinas o “camanchaca”. Desde el valle hasta Torata, los cerros estaban verdes y las majadas venían desde la sierra a pastar. Entraban la mayoría de quebradas, y era común ver las “llocllas” que inundaban las empedradas calles de la ciudad, formando grandes empozamientos de agua barrosa en la calle Lima.

Las orillas del río estaban pobladas de sauces y cañaverales, los cuales los agricultores cuidaban con ahínco. Esto se debía a que, para proteger sus terrenos y evitar que la fuerza del río erosionara o “comiera” su tierra, desde octubre, casi todos los agricultores, organizados en asociaciones, se ponían a la tarea de hacer “caballos”.

Estos eran contrafuertes hechos con un cuadrado de piedras, en cuyos ángulos se inclinaban troncos de sauce, atados entre sí donde convergían. Con la humedad, los troncos echaban raíces y fortalecían la estructura. Además, se sembraba caña brava, cuyas raíces se entretejían y penetraban el suelo, disminuyendo la velocidad y fuerza del agua, protegiendo así los terrenos.

Gracias a esas cañas, muchas casas de Moquegua tenían sus paredes de quincha y sus techos de caña.

Ahora, lamentablemente, no existe esta costumbre asociativa porque se recurre a las organizaciones gubernamentales para que sean los protectores. Por esa razón, prácticamente, han desaparecido los márgenes de sausales y cañaverales, lo que ha causado lamentables pérdidas de terrenos cultivables.

Otra acción de protección era que en todos los fundos había una campana para avisar sobre eventos importantes. Por ejemplo, cuando el río crecía descontroladamente, desde Samegua comenzaban a tocar en “arrebato” las campanas, alertando a la población para tomar acción inmediata.

Recuerdo que, en mi niñez, estaba en la chacra de mi tío Luis Rivera, y serían las tres de la madrugada cuando se escucharon las campanas. Inmediatamente, fuimos a desatar las vacas para llevarlas a un lugar elevado. Mientras realizábamos la tarea, el agua ya nos llegaba a la rodilla.

Al día siguiente, todo el alfalfar estaba perdido y la viña cubierta de barro.

La noticia más trágica fue que el río había arrasado los rieles y ya no había servicio del Kalamazoo. Solo quedaban Huacasi y su camioncito.

Son pequeñas historias para vuestra memoria.

Los restos de lo que fue un «caballo» o defensa, una antigua estructura de protección utilizada por los agricultores para evitar la erosión de sus terrenos ante la fuerza del río.

Análisis & Opinión