POR: MARIANELA ZEGARRA BECERRA
Nunca, en toda la historia de la humanidad, existió una sociedad completamente igualitaria; la igualdad absoluta es un mito. Desde las sociedades de cazadores-recolectores (aproximadamente 10 000 a. C.), ya existían desigualdades. Por ejemplo, los hombres se dedicaban mayoritariamente a la caza y las mujeres a la recolección. Los mayores tenían mayor influencia en las decisiones. Las habilidades diferentes, como ser los mejores cazadores, otorgaban prestigio. Había exclusión de forasteros. Es posible que estas sociedades fueran más igualitarias debido a que eran pequeños grupos de 20 a 50 personas, y el igualitarismo era relativo, sustentado por la supervivencia más que por una ideología. Sin embargo, esto no funcionaba en sociedades más complejas.
En las sociedades agrícolas, los excedentes de producción permitieron la acumulación, la propiedad privada y la jerarquía, como en Mesopotamia, Egipto, China, los mayas y los incas. Existían reyes, nobles, campesinos, esclavos, entre otros.
Las grandes revoluciones prometieron igualdad, pero siempre crearon nuevas élites. Por ejemplo, la Revolución Francesa de 1789, cuyo lema era “libertad, igualdad y fraternidad”, desembocó en Napoleón y una burguesía enriquecida. La Revolución Rusa, basada en la lucha de clases, buscaba acabar con las clases sociales, pero resultó en el surgimiento de una nueva élite: los oligarcas rusos. En China, con su promesa de comunismo (propiedad comunitaria de los medios de producción), surgieron los “Príncipes Rojos” (descendientes de los altos dirigentes del Partido Comunista de China), quienes accedieron al poder político, económico y militar, formando luego parte de las élites multimillonarias. La constante es la misma: la revolución destruye una élite, pero el poder se concentra en manos de los revolucionarios.
Actualmente, las sociedades de bienestar quizás tengan el menor índice de desigualdad, pero también mantienen élites económicas y familias ricas. Existe alta movilidad social, pero la herencia persiste. La educación gratuita ayuda a reducir la desigualdad de oportunidades, aunque no la de resultados. El Estado redistribuye, pero no elimina la acumulación de riqueza.
¿Por qué la igualdad es una utopía? En primer lugar, por factores antropológicos: somos diversos, con diferentes habilidades, niveles de esfuerzo, voluntad, salud, ventajas genéticas, edad, conocimientos, entre otros. Además, la escasez de recursos fomenta la competencia y la especialización, generando roles diversos y, en grupos mayores de 150 personas, indefectiblemente surgirán jerarquías.
“Toda organización, incluso la igualitaria, genera élites.” — Teorema de Michels (ley de hierro de la oligarquía)
“La sociedad original de abundancia no era igualitaria por virtud, sino por limitación; no había nada que acumular.” — Marshall Sahlins
Ni la democracia, ni el comunismo/socialismo, ni ningún sistema político han logrado la igualdad absoluta. Lo que han conseguido es acercar la igualdad en la pobreza; por lo tanto, la igualdad sigue siendo un ideal, no una realidad histórica.
“En 2025, los países más igualitarios del mundo serán las democracias capitalistas con fuertes políticas sociales, como Noruega, Dinamarca y Finlandia. El comunismo prometió el paraíso igualitario, pero entregó pobreza compartida y élites ocultas. La democracia nórdica entrega prosperidad compartida y élites controladas.” — IA
Bajo este análisis, ¿qué debemos aspirar los ciudadanos? No es a perder tiempo y esfuerzo en utopías irreales que solo detienen el progreso, ni en discursos ideológicos que no nos llevan a ninguna parte. Debemos enfocarnos en algo fundamental en las sociedades modernas y que está consagrado en nuestra Constitución: “La igualdad en derechos y obligaciones.” El Perú tiene la base legal para ello, pero no se cumple por falta de voluntad política.

