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23 noviembre, 2024 12:53 pm

La última llamada

La madre de Juan, que había olvidado decirle que lo amaba, intentó llamarlo en un arranque de sentimentalismo, pero no obtuvo respuesta…

POR: GUSTAVO PINO   

Juan se puso la mochila al hombro y fue a la cocina, donde su madre lo esperaba con el desayuno. Histérica por la hora, lo apuró, pero él solo sorbió su chocolate y salió. Antes de irse, ella prometió llamarlo en la tarde para elegir su regalo: cumplía 21 años.

En el paradero esperó unos minutos, aún a tiempo. “Un hombre se define por su palabra y por la hora en la que llega a sus destinos”, recordó la frase que su madre le repetía a él y que a ella su abuela le había machucado. En el bus camino a la universidad donde estudiaba para ser ingeniero, el sueño de sus padres, se colocó los audífonos y se perdió en una playlist de rock en español. Divagó en su futuro mientas las calles angostas de la ciudad, donde la minería imperaba y sus sueños de ser un cineasta se derrumbaban, iban pasando como barridos de cámara en una transición tras otra. Ese era su presente y su futuro, pensó, figuras poco determinadas donde los colores se fundían con otros en las líneas blancas horizontales.

Bajó en el siguiente paradero, caminó unas cuadras y entró al edificio. En su cuaderno, en lugar de fórmulas, dibujaba historias en viñetas, como un storyboard para un cortometraje. Las horas transcurrían más ligeras entre la música de palabras inteligibles, el suave golpeteo de un plumón en la pizarra, el juego de luces al proyectar diapositivas de teorías desfasadas, repetidas sin más propósito que reproducirse en otras mentes, el crujir de los pupitres y el murmullo de risas y cuchicheos.

Una amiga se acercó, temblando al equilibrar su carpeta como un auto en dos llantas al borde de volcar, mientras estiraba el cuello para ver los trazos y borrones en la hoja cuadriculada. “Oye, qué bacán, ¿de qué va esta vez?”, preguntó Marina, quien se había convertido en su lectora favorita. Por momentos lo animaba a estudiar cine o cualquier carrera relacionada con el arte de contar historias; y en otras ocasiones se unía a la resignación de su amigo, a la de muchos. Por su parte, ella sí quería continuar con la carrera. Sus padres no habían logrado cursar estudios universitarios y para ella era un privilegio que no podía desperdiciar. Juan admiraba la practicidad de Marina, similar a la de sus padres, y su habilidad para entender ecuaciones, algo que a él se le dificultaba.

Las campanas de fin de clases sonaron puntuales. Los cuadernos se cerraron presurosos y las mochilas se levantaron del suelo o se cogieron de los espaldares de las carpetas. En el paradero, Juan y Marina se despidieron con la promesa de verse esa noche en el pequeño compartir que Juan había decidido realizar a insistencia de ella y otros amigos.

Normalmente tomaban la misma ruta, pero esa vez Juan se encontraría con su madre en un centro comercial cerca del campus. Decidió caminar, se puso los audífonos y escuchó salsa, un gusto heredado de su padre.

Minutos después, el teléfono empezó a vibrar: era su madre. Hablaron por unos segundos describiendo su ruta. Al colgar, Juan sintió el frío de un metal en el agujero gelatinoso de la nuca. Pensó que era una broma de sus amigos o de Marina que tenía esas ocurrencias. Intentó voltear y el sujeto sin rostro presionó el gatillo del revolver. El aroma a muerte aún se sentía cuando los primeros transeúntes se acercaron a la escena del crimen. El celular había caído a unos metros de su cuerpo. La madre de Juan, que había olvidado decirle que lo amaba, intentó llamarlo en un arranque de sentimentalismo, pero no obtuvo respuesta.

En el lugar, alguien sugirió no tocar nada mientras el grupo se acrecentaba, observando lo que parecía otro espectáculo cotidiano. El asesino había huido sin llevarse ninguna cosa. La primera patrulla tardó más de media hora en llegar. El público habló de un ajuste de cuentas. Las hipótesis continuaron hasta el levantamiento del cuerpo, el llanto de su madre, su padre, de Marina y amigos; hasta la estación policial, donde el caso terminaría archivado como una hoja de otoño que se pierde en el barro.

Análisis & Opinión