POR: MARIANELA ZEGARRA BECERRA
Nos hemos preguntado por qué, en la época actual, la sociedad se encuentra tan polarizada. Nuestras sociedades se han convertido en un campo de batalla donde dos bandos se enfrentan para destrozarse. Hemos dejado la racionalidad de lado para dar rienda suelta a nuestras emociones, y el mayor enfrentamiento se libra en las redes sociales, llegando incluso a querer que los otros desaparezcan. Un ejemplo de esto es el fenómeno social de la “cultura de la cancelación”, donde individuos, organizaciones o grupos son excluidos y boicoteados en las redes por sus declaraciones.
Esto se viraliza y alcanza notoriedad global, especialmente cuando se trata de figuras públicas u organizaciones de cierta relevancia mundial; en estos casos, se produce un linchamiento digital. La intolerancia hacia quienes piensan diferente a nosotros afecta el derecho a expresar libremente nuestras opiniones. La polarización crea bandos que justifican la agresividad como defensa de sus valores, caricaturizando y demonizando al contrincante. En otras palabras, los individuos que sostienen opiniones diferentes dejan de ser vistos como personas con pensamientos y sentimientos propios; pasan a ser una amenaza. Cuando son deshumanizados, los actos de violencia y la discriminación contra ellos pueden escalar hasta amenazas de muerte.
¿Pero qué ha influido para que la polarización llegue a niveles alarmantes? ¿Tiene algo que ver la revolución en las tecnologías de la comunicación? ¿Qué ha cambiado la forma en que nos relacionamos con los demás en nuestro tiempo? ¿Las redes sociales hacen salir lo peor de nosotros mismos?
En primer lugar, no existen barreras para agredir en las redes sociales; no hay sanciones y vale todo. Se ha cruzado una línea invisible que antes limitaba los excesos en el debate. Las redes permiten el anonimato; por lo tanto, facilitan expresiones que serían inaceptables en persona. Los individuos se desinhiben en línea, permitiendo que la violencia verbal prospere. Antes, acuerdos tácitos como las normas de cortesía, el diálogo cara a cara y el temor a las consecuencias sociales, como el rechazo de la comunidad, limitaban las agresiones.
En segundo lugar, la globalización ha diversificado las sociedades, exponiendo a las personas a valores y perspectivas diferentes, lo que contribuye a choques culturales y genera tensiones que dividen. La globalización crea un escenario donde grupos compiten por imponer sus propios valores.
En tercer lugar, falta de espacios para el diálogo, para un análisis crítico, equilibrado y respetuoso, orientado a entender otras perspectivas. Es necesario fomentar que personas con pensamientos diferentes debatan sus puntos de vista sin ataques personales, usando argumentos en lugar de adjetivos o insultos. Nos hace falta dialogar en espacios físicos, como reuniones comunitarias, debates académicos y foros locales.
“La posibilidad de comunicación ha aumentado muchísimo en los últimos años, la posibilidad de crear diálogos, no”, opina Natàlia Cantó.
Me parece preciso este fragmento de José Emilio Pacheco en el prólogo del libro Modernismo: “La conversación muere cuando decimos sí a todo. Hablar significa estar en desacuerdo. Sin intercambio no hay polémica. El sermón y el dogma resultan ajenos al ensayo. A un ensayo no le pido que confirme mis creencias ni mis prejuicios. Espero de él que me abra otra puerta, que me haga ver lo que nunca había visto, que ponga a prueba todo lo que hasta entonces había supuesto.”
El debate ha desaparecido de muchos espacios públicos. Los medios de comunicación solo invitan a personas con la misma línea de pensamiento. En las redes, los algoritmos personalizan los contenidos de acuerdo con las preferencias de los usuarios, cortando la interacción y la exposición a pensamientos divergentes o perspectivas diversas. Además, priorizan contenidos emocionalmente cargados, como la indignación o el miedo, ya que generan más interacciones y fomentan expresiones intensas y agresivas. Los algoritmos amplifican la indignación: según un estudio de Yale citado por CORDIS (2021), las plataformas recompensan el contenido emocionalmente cargado (como la indignación moral) con más “likes” o “shares”, lo que incentiva a los usuarios a ser más agresivos para ganar visibilidad.
Internet ha transformado profundamente el mundo, y la velocidad de estos cambios ha superado nuestra capacidad colectiva e individual para adaptarnos.