POR: CÉSAR CARO JIMÉNEZ
Al contemplar lo que ocurre en nuestro medio y en muchos lugares del mundo, no puedo dejar de recordar irónicas frases de dos genios. La de Groucho Marx, cuando dice que: “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados” y la de Einstein, cuando recalca que “Dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el universo; y no estoy realmente seguro de lo segundo”.
Expresiones que toman mayor dimensión en una sociedad en la que reinan las guerras sangrientas y absurdas sin que el grueso de la población mundial se altere o pareciera no darse por enterada, a pesar de las computadoras, la inteligencia artificial, los teléfonos celulares, las redes de televisión y comunicación, que digitalizan y simplifican la información, en un mundo en el cual pareciera que en el sentir mayoritario prevalece el individualismo extremo y el “sálvese o diviértase quien pueda”, dando lugar al surgimiento aquí y allá, de personajes huecos e incluso ridículos, pero que gozan de una singular popularidad.
Notoriedad que no se basa en su trayectoria, ideología, propuestas, logros o capacidad ética profesional o personal, sino en cómo pueden ser colocados en el imaginario popular como un producto comercial cualquiera: las técnicas que se utilizan son iguales o casi similares a las que se aplican para vender dentífricos, detergentes o gaseosas.
Por ello, en su momento fue elegido en Italia, Silvio Berlusconi. Por ello, vemos que fue elegido nuevamente el candidato republicano en los EE.UU., Donald Trump, un magnate inmobiliario excéntrico, xenófobo y ultra nacionalista. Por ello, vemos en nuestro medio que, entre un singular número de candidatos presidenciales, sobresalen uno que se jacta de que no se puede probar que ha coimeado y otros tantos que dicen y se desdicen de acuerdo al auditorio. Todos ellos, con un elevado porcentaje de mentiras y mínimas ideas.
Y es que ante el auge del marketing político y del “Tik Tok” los partidos y los candidatos ya no se preocupan por establecer un rumbo definido a largo plazo. Por ello creo que ningún candidato esboza un proyecto nacional a 20 o 30 año. Se preocupan y ocupan solo de ganar las elecciones, contratando en ese objetivo asesores de imágenes en cifras fabulosas. Los que no asesoran sobre ideas, proyectos, etc. Su asesoramiento gira sobre el color de ropa que tiene que usar el candidato, como debe pararse, como debe hablar, sobre cuál es su mejor ángulo.
Si bien es cierto que en nuestros días ya no se convence a la gente con ideas, los candidatos no debaten proyectos, todos dicen lo mismo: “abatiremos la pobreza, disminuiremos el desempleo, creceremos 7%, acabaremos con la corrupción”. Ahora ya no se valoran las capacidades o las virtudes. ¡Se eligen imágenes incluso de reptiles!
Y si a todo lo anterior, agregamos el peso actual de la tecnología con énfasis en internet y la telefonía móvil, cabría quizás comenzar a pensar cómo conseguir una mayor accesibilidad a esas herramientas que facilitan la transmisión de la información y que, al mismo tiempo, permiten la participación inmediata de los receptores. ¿Cómo? Quizás procurando que a través de la inteligencia artificial sea posible una nueva forma de participación directa del pueblo, pudiéndonos preguntarnos si hoy, 27 siglos más tarde sería posible rescatar o reinstalar el ágora ateniense o el foro romano, de la estupidez colectiva, origen de la actual democracia occidental que ha encontrado en las redes sociales el nuevo campo de batalla para y por la democracia.
En conclusión, las claves para una democracia sostenible y un sistema democrático con legitimidad está en lograr que el Estado no sea secuestrado por grupos de interés y donde exista un balance entre el poder del Estado, las libertades individuales y la capacidad para ofrecer soluciones a las necesidades de sus habitantes, privilegiando el bien común y el libre acceso a las redes informáticas, en un mundo que en palabras de Vargas Llosa se ha convertido en una sociedad del espectáculo, el consumo y el placer.