POR: MARIANELA ZEGARRA BECERRA
En la época anterior al emperador Diocleciano, en el Imperio Romano se vivió un período de gran inestabilidad. La Crisis del Siglo III (aproximadamente 235-284 d.C.) fue un tiempo marcado por una inestabilidad política, económica y militar extrema, durante el cual los emperadores eran asesinados, derrocados o reemplazados con frecuencia. Hubo más de 20 emperadores legítimos y numerosos usurpadores; por ejemplo, Alejandro Severo (235) fue asesinado por sus tropas, iniciando la crisis; Gordiano III (238-244) murió en circunstancias sospechosas, posiblemente asesinado; Filipo el Árabe (244-249) fue asesinado por su sucesor Decio. La lista continúa con otros como Valeriano y Galieno.
La principal causa de una crisis política es el debilitamiento de la autoridad, que resulta en una pérdida de legitimidad. Cuando el liderazgo es débil, no puede abordar eficazmente los problemas económicos, políticos o sociales, lo que agrava la crisis. La falta de liderazgo debilita la autoridad y la confianza en las instituciones.
En el Perú, la grave crisis política de los últimos 10 años ha provocado la destitución frecuente de presidentes, lo cual tiene su origen en una crisis institucional y, a su vez, en una crisis de valores. Hemos normalizado el robo al Estado; esto se ha convertido en una práctica común que los peruanos justificamos con la frase “todos roban”. Hemos aceptado la mediocridad, en parte debido a un sistema educativo deficiente, que en resumen es una estafa a los estudiantes. La incompetencia campea en la sociedad y, sobre todo, en las instituciones públicas. La corrupción está generalizada en todos los organismos públicos, lo que ha provocado que las instituciones hayan perdido legitimidad a los ojos de los ciudadanos.
No es posible que los requisitos para ser candidato a presidente, congresista, gobernador, alcalde, etc., sean tan laxos y carezcan de filtros que permitan votar por candidatos sin preparación para el cargo, con poca solvencia moral o sospechosos de haber cometido delitos. Es prioritaria una reforma del sistema electoral. Por otro lado, no es aceptable que el Ministerio Público y el Poder Judicial manifiesten abiertamente un activismo político y que seamos espectadores de enfrentamientos entre bandos ideologizados que terminan en destituciones mutuas. Esto ha mermado la confianza en las instituciones: la población no confía en ellas y el Estado se ha convertido en enemigo del pueblo. Se ha perdido autoridad y, por ende, respeto.
Ante este panorama, ¿es posible pensar que el país puede mejorar en el corto o mediano plazo? Creo que sí. La solución pasa por un liderazgo firme y con voluntad política para arreglar las cosas. Aunque las instituciones públicas están en estado de deterioro, la mayoría de los peruanos rechazamos la corrupción (aunque existe una normalización “cultural” que se refleja en la tolerancia a actos como pagar coimas para trámites o evitar multas).
En primer lugar, se requiere reformar el artículo de la Constitución que facilita la vacancia presidencial. Luego, fortalecer los partidos políticos y el sistema electoral, exigiendo requisitos más rigurosos para la inscripción de candidatos. Es fundamental lograr la independencia del Poder Judicial y erradicar la corrupción mediante sanciones severas; que el Poder Judicial no sea utilizado como arma contra adversarios políticos, destituir jueces corruptos y, ante delitos graves de las autoridades, procurar una revisión judicial inmediata. También es necesario que los organismos encargados de auditar entidades estatales cumplan con su función y sancionen severamente a quienes incumplen.
“El 62% de los peruanos considera la corrupción como el segundo mayor problema nacional, después de la delincuencia (66%), según informe de IDHPUCP 2024. Además, el 91% no denuncia actos de corrupción por miedo a represalias o por desconfianza en el sistema, según Proética (datos actualizados en 2024).”
“El Instituto Peruano de Economía (IPE) indica que el 64% de los peruanos considera a la delincuencia como el principal problema después de la corrupción.”
Diocleciano logró restaurar el orden en el Imperio Romano mediante reformas radicales, sobre todo restableciendo la autoridad del emperador y devolviéndole la majestad al cargo, marcando así una nueva etapa en la historia del imperio.
Es importante resaltar que la estabilidad económica se ha convertido en una de nuestras fortalezas y que los problemas que enfrentamos solo requieren de un liderazgo dispuesto a cambiar el estado actual de las cosas.