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23 noviembre, 2024 9:52 pm

La decadencia de la política (V)

“El caudillismo, que ha sido y es el verdadero sistema de gobierno latinoamericano...” – Octavio Paz.

POR: CÉSAR CARO JIMÉNEZ      

En esta ocasión, con una sonrisa en los labios, quiero citar o referirme a los dos Marx en el intento de encontrar una razonable explicación a la indudable decadencia política en el Perú, si es que alguna vez hubo un esplendor en nuestro país, dado que no encontramos en nuestro devenir histórico muchos momentos que podamos calificar de felices o siquiera atinados, a tal punto que Alfredo Barnechea escribe “…el Perú está en crisis desde sus orígenes…Ha vivido su existencia como una agonía. Ha sido una república embrujada”. Y yo, me atrevería a decir que lo continúa siendo, a la luz de la problemática política que le da en parte razón a Marx el economista cuando recalca que las relaciones de producción, determinan la infraestructura, es decir todo el follaje institucional.

Y si las estructuras económicas son mayoritariamente (70%) informales, dicho porcentaje se repite en el andamiaje político, social y económico, que peca de ser poco racional, serio e incluso creíble.  Por ello casi todas nuestras instituciones, salvo una que otra, pueden calificarse de mediocres o “chichas”. Por ello también, ese 30% restante, con relaciones de producción orgánicas y competitivas pueden tener una dinámica propia, muy alejada de la mayoría de los habitantes de este anárquico o desorganizado país, –si es que podemos calificarlo así–, teniendo su propia institucionalidad y entidades representativas que defienden sus privilegios como son, por ejemplo–, la Confiep, la Sociedad Nacional de Industrias, etcétera…en tanto por el otro lado instituciones llamadas a defender, proponer y/o analizar las problemáticas locales y nacionales como son los Colegios Profesionales brillan por su ausencia.

Dicho panorama, podríamos decir que tiene su origen en los inicios de la república cuyo bicentenario de la verdadera independencia deberíamos conmemorar no este próximo 28 de julio, fecha de un acto público generado por el simpático San Martín, sino el 9 de diciembre del 2024, fecha de la batalla de Ayacucho, en la cual el general Antonio José de Sucre, lugarteniente del antipático Bolívar, obligó a las fuerzas realistas a firmar su capitulación, en tanto la élite criolla no vaciló un segundo en ponerse a las órdenes del nuevo régimen. Muy bien hubiesen podido decir, al igual que muchos políticos actuales, aquella frase del otro Marx (Groucho): “¡Damas y caballeros, estos son mis principios! Si no les gustan tengo otros.

Pero volviendo a nuestros tiempos y circunstancias: no creo que haya muchos electores que puedan aplaudir a rajatabla el aun actual proceso electoral, tanto por la cantidad de partidos (¿) y postulantes, como por su capacidad y propuestas (¿). Lo único rescatable, al margen de las normas o marco jurídico en que se realizaron, es el haberse realizado la consulta personal, la cual sea dicho de paso ha tenido un gran elector: la pandemia provocada por el COVID-19, que aparte de descubrir las falencias del Estado en salud, educación, trabajo, etcétera, ha ocasionado que el Perú esté dividido en dos grandes bloques: Lima y el resto del país. (Aquí una observación: la pandemia continuara teniendo un papel protagónico en la medida que el miedo que causa en grandes sectores de los sectores a y b decidan ir a votar, superando el miedo a contagiarse por el miedo a las “propuestas” de uno de los candidatos).

Pero cualquiera que sea el resultado de la próxima consulta popular, es imprescindible, –como lo escribí en mi anterior artículo–, cambiar las actuales reglas electorales y procurar que, en lugar de votar por una persona para dirigir el Gobierno o Ejecutivo, se vote por partidos, programas y propuestas.

¿Qué es harto difícil lograrlo, es cierto? …Pero sería mucho más apropiado, porque en la actualidad el sistema permite que quien se encumbre como presidente se deje llevar por la soberbia y el poder casi absoluto que detenta. Y el poder absoluto, ya lo sabemos, corrompe absolutamente: ahí tenemos el caso de los últimos presidentes.

Pero ello no es fácil: implica que los partidos deben ser de carácter nacional y serlo realmente y no ser meros vientres de alquiler. Que se eleve sustancialmente la cantidad de adherentes que deben tener para no perder su inscripción y que sean en cierta forma universidades políticas, donde se formen cuadros constantemente, con ideología y principios propios. Que en función de sus analices propongan programas, propuestas y objetivos tanto a nivel nacional, regional y distrital y cuando se debata con otros partidos, se debatan ideas y propuestas, tratando de encontrar puntos de concordia y/o acuerdo y que no ocurra lo que está sucediendo en este momento, tal y como lo podemos apreciar en las redes: no hay dialogo ni propuestas serias, tan solo enumeración de objetivos sin decir o calcular el costo y cómo los lograrían.

Lo que abundan son los adjetivos, la descalificación de la persona y las mentiras, a tal punto que pareciera que cada cual vive en países diferentes, porque no hay lugar para coincidencias. La ausencia de partidos políticos pasa aquí la factura, porque los candidatos son improvisados y priman las emociones negativas antes que las razones, tal como se pudo apreciar en el decir de candidato que pedía la muerte de otros ajenos a sus rabias. (Continuará)

Análisis & Opinión