POR: GUSTAVO VALCÁRCEL SALAS
La plaza siempre ha sido el espacio más importante cuando se fundaba un pueblo español. Allí se construían los principales edificios públicos: el templo, el cabildo, la cárcel y el mercado de abastos. Junto a ellos se reservaban los solares para los vecinos de mayor abolengo.
El lugar más representativo de nuestra plaza de Armas es el ángulo que forman el templo Santo Domingo, la plazuela adyacente limitada por las cuatro casitas con mojinete y, calle en medio, la casa donde ha funcionado más de un siglo la oficina de Correos al lado de la que pertenece a los de la Flor. A ellas siguen el local de la que fue antigua cárcel pública, concluyendo la cuadra con la casa que en la colonia fue de cabildo y oficio público (archivo). La historia de estas dos viviendas se remonta a más de tres siglos, cuando eran una sola propiedad.
En el siglo XVII en esta esquina tenía su espaciosa vivienda Luis Vélez de Córdova y Vélez de Guevara casado con Ignes Salgado y Araujo. Ambos contrayentes ostentaban lucida prosapia. Es posible que la heredaran de Luis Vélez de Córdova, el Viejo. Aquí vivieron los Vélez de Córdova durante cuatro generaciones.
A mediados del siglo XVIII la venden a la familia Alfaro Arguedas y Angulo, que simplificaron su apellido como Arguedas, una de las más acaudaladas, instruidas e influyentes en su época. No la ocuparon por mucho tiempo. Pusieron especial empeño en dedicar su fortuna a la educación de los hijos. Uno estudió becado en el Colegio Real de San Martín en la Ciudad de Los Reyes; otro fue alcalde provincial en esa ciudad; uno más se desempeñó como canónigo magistral de la santa iglesia catedral de Arequipa y no faltó quien fuera consejero de Real Hacienda en Madrid; otro, religioso, fue destacado al Vaticano; hubo quien disfrutó de mayorazgo en la ciudad de Tudela, reino de Navarra de donde provenía la familia. El desprendimiento familiar se refleja en 1789 al donar un espacioso sitio “en la traza de esta villa”, valorizado en cuatro mil pesos “para que en él se fabrique una casa de niñas recogidas para que se sujeten a servir al Todopoderoso”. Por razones que se desconocen no llegó a fundarse esta casa.
En el último cuarto del siglo XVIII José Fernández Cornejo y Rendón, depositario general de la ciudad de Arica, durante su matrimonio con Manuela Fernández de Córdova compran la casa a Pedro Antonio de Arguedas y Angulo en la cantidad de tres mil doscientos noventa y tres pesos más seis reales. Doña Manuela tenía como primer nombre María, prefirió usar el segundo; lo curioso es que sus cuatro hijas se llamaron: María Bernarda, María Martina, María Eustaquia y María Antonia, todas ellas de ilustre y fecunda descendencia.
La casa era bastante amplia. Por el lado de la iglesia Santo Domingo tenía treinta y dos varas (27 m); por el de la plaza, cuarenta y una y media (35 m); por el costado de la cárcel, treinta y una y media (26.3 m). Hacían en total mil trescientas diecisiete y media varas en cuadro (920 m2).
No obstante ser una casa espaciosa, decidieron hacer una compra para ampliarla. Doña Manuela diría en 1791: “en tiempos pasados hubo de comprar un pedazo de sitio contiguo al solar perteneciente a la real cárcel de esta villa”. Compra que hacen mucho antes que Francisco Paula Páez, subdelegado entre 1809 y 1812, construyera el moderno local carcelario con piedra de cantería.