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13 mayo, 2025 2:07 pm

La alienación parental en contra de los hijos

Ser padre o madre no debería depender de si se está en pareja o separado.

POR ABOG. JESÚS MACEDO GONZALES

Hoy quiero compartir una preocupación, especialmente dirigida a padres separados que tienen hijos: me refiero a la “alienación parental”. ¿Han escuchado hablar de este término? Se trata de una problemática que evidencia el daño emocional que sufren los hijos cuando los desacuerdos entre mamá y papá no se manejan adecuadamente, afectando directamente su identidad y desarrollo afectivo.

En 1985, el psiquiatra estadounidense Richard Gardner, tras participar como perito en múltiples juicios de custodia, propuso la teoría del síndrome de alienación parental. Este se define como un trastorno psicológico en el cual un niño o niña, de forma constante, denigra e insulta a uno de sus progenitores. Esto ocurre debido a que el padre o madre que tiene la custodia manipula la relación, impidiendo o saboteando el vínculo con el otro progenitor, generando una dinámica abusiva en la que, paradójicamente, el niño se convierte en agresor, siendo en realidad la víctima (Ávalos, 2019).

Es común que, tras una separación, el juez o un acuerdo de conciliación determine que el menor de edad quede al cuidado de uno de los padres, por ejemplo, la madre. Sin embargo, si esta mantiene un fuerte resentimiento hacia el padre, puede iniciar una campaña de desprestigio, manipulando la percepción del hijo o hija. Así, tergiversa la realidad y crea una imagen negativa del padre ausente. A este fenómeno se le llama alienación parental.

Un amigo me contó que, cuando era niño, fue víctima de alienación parental. Hoy tiene 54 años. Recuerda que, cuando era pequeño, su abuela obligó a su madre a separarse tras enterarse de que el padre había conversado con otra mujer —lo cual, en esa época, fue interpretado como una infidelidad. La madre fue enviada a Puno a estudiar corte y confección con una tía, mientras que él fue criado por su abuela. Esta, al recordar a su hija, lloraba y decía: “Pobrecita mi hija, lejos de ustedes por culpa de ese hombre que nunca se preocupó por ustedes. Cuando crezcan, denúncienlo”. Él recuerda que, cuando tenía cuatro años, su padre venía a visitarlos con fruta. La abuela gritaba: “¡Salgan a ver a su padre, está afuera esperando!”. Al principio, él y su hermano salían con miedo, recibían la fruta y se dejaban cargar. Con el tiempo, dejaron de salir, pues cada visita del padre era acompañada por los gritos de la abuela. Finalmente, el niño lloraba cada vez que escuchaba que su padre llegaba, y la abuela decía: “¿Qué quieres que haga? ¡Si los niños están llorando, no te quieren ver!”.

Era evidente que el rechazo de los niños hacia su padre era resultado de la alienación parental generada por la abuela, quien, aunque sin mala intención y por ignorancia, había construido una imagen falsa del padre ausente. Cuando a un niño se le grita: “¡Corre, sal, ve a tu padre, está afuera!”, se le está generando miedo, no afecto. Con el tiempo, el padre dejó de ir, y los niños crecieron creyendo que era una mala persona. Lo más doloroso fue que, tras la muerte del padre, mi amigo le preguntó a su madre: “¿Alguna vez mi papá te maltrató?”. Ella respondió que no, que nunca la golpeó ni le levantó la voz, que, al contrario, era muy cariñoso. Así, comprendió que su abuela —una mujer de otra época— había destruido una familia y distorsionado la identidad de su nieto.

¿Cuántas veces vemos que, tras una separación, los padres hablan mal del otro progenitor? Esta actitud perjudica a los hijos, pues genera desconfianza hacia el padre o madre ausente e impide la formación de un vínculo sano con ambos, independientemente de si están juntos o no. Frases como “No me das pensión, no te doy a mi hijo” o “¿Por qué te lo voy a dar si ya tienes otra mujer?” reflejan la instrumentalización del menor de edad como objeto de disputa, y eso también es alienación parental.

Ser padre o madre no debería depender de si se está en pareja o separado. La verdadera tarea es ser el mejor padre o madre posible, dedicando tiempo de calidad a los hijos, escuchándolos, apoyándolos y, sobre todo, evitando hablar mal del otro progenitor. Hacer lo contrario daña la identidad del niño, genera traumas y deteriora su autoestima. Por eso, deseo que estas palabras sirvan de reflexión para quienes se encuentran en esta situación. En lugar de “rajar” del otro, enfoquémonos en acompañar, educar y dar ejemplo de valores. Solo así podremos erradicar la alienación parental.

Análisis & Opinión