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17 septiembre, 2024 4:52 pm

La Alameda

La Alameda fue por prolongadas centurias el lugar preferido para las carreras de caballos y corridas de toros, diversión muy española.

POR: GUSTAVO VALCÁRCEL SALAS     

El parque de la Alameda es uno de los espacios más antiguos de la ciudad. Si bien el nombre refiere a un paseo poblado de álamos, por extensión también con árboles de cualquier clase o plantas, acepción que es muy antigua, como lo explica el “Tesoro de los diccionarios históricos” de la RAE.

En nuestra ciudad ya se le daba este nombre desde el siglo XVIII. Los notarios de ese tiempo, al referirse a este sector, escribían “la lameda”. De esta manera daban testimonio de la aféresis como la conocía el común de los pobladores, y así se le ha conocido siempre.

La Alameda se desarrolla en el espacio ubicado en las faldas del cerro del Portillo, que en el siglo XVII se conocía como pampa del Humilladero, que flanqueaba la población de norte a sur. Allí, al pie entre los dos Portillos, se colocaron tres cruces, a modo del Gólgota, donde iban los fieles a expiar públicamente sus culpas, a humillarse, de allí el nombre.

Con el desarrollo urbano, en el extremo sur, en las faldas del cerro Chen-Chen, empezando el siglo se forma la árida pampa de Vincocay, amplio cascajal que cubrieron con moro moro para convertirlo en campo deportivo y los vecinos con su chispeante ironía empezaron a llamar Vegetales donde no había verdor alguno.

La Alameda fue por prolongadas centurias el lugar preferido para las carreras de caballos y corridas de toros, diversión muy española. Con el tiempo se construyó un coliseo de gallos, convertido después, por el refinamiento de los gustos, en corral de comedias, anticipo de lo que sería un excelente teatro.

En el s. XIX se construye el colegio de educandas, su patrón era san Luis. En la inauguración lució su facundia el reconocido pico de oro Cayetano Fernández Maldonado, cura exclaustrado que dio un discurso que dejó eco recordado por décadas; al lado se levantó una capilla dedicada al santo. Clausurado el colegio, el local pasó al cuartel de gendarmes que antes estuvo en el Alto de la Villa, se le llamó de San Luis. El cuartel ocupó este lugar hasta la década de 1940, se trasladó a su nuevo local, camino al Pisanay, donde hoy se levanta el local de la Universidad Nacional.

A principios del s. XIX, en la esquina de la calle de las Carreras (Ayacucho con Piura) y de la calle del Retiro (Junín con Piura), se levantaron arcos de piedra, demolidos por el cataclismo de 1868; las piedras se usaron en la construcción del mercado de la Recova. En esta cuadra tuvo su casa la familia Nieto Márquez, allí pasó su infancia Domingo Nieto. A mediados del s. XX en este espacio se construyó el colegio Rafael Díaz.

En la fachada oeste se levantó un teatro que en 1862 fue visitado por Antonio Raimondi en la ocasión que estuvo en la ciudad. Fue remozado en 1906 con tal acierto “que no le iba en zaga al Politeama, al Principal y al Olimpo de Lima; tenía amplio escenario […] en la platea cabían alrededor de doscientas personas y otras tantas en la galería […] aparte de los palcos altos y elegantes […] De él solo queda la fachada pues, inutilizado por el terremoto de 1948, sus propietarios dispusieron la destrucción de su interior”, como lo describía Armando Herrera, brillante periodista moqueguano afincado en Lima. En su reemplazo se construyó el cine Bolognesi en la década de 1970, hasta que los cines entraron en crisis en todo el país.

En 1869 la Sociedad de Beneficencia de Lima donó a la ciudad la pileta del ganso, que fue colocada en la Alameda. En 1931 fue trasladada a la plazuela del templo Santo Domingo.

En el siglo XX se colocó el busto del héroe de Arica, se le llamó parque Bolognesi; en los 70, cuando se colocan tres bustos más, fue parque de los Héroes; en los 80 fueron reemplazados por la estatua del Héroe de la Breña, se le dijo parque Cáceres. Cuando fue objeto de restauración el 2010 se le llamó oficialmente alameda Cáceres.

Sin embargo, a pesar de estos reiterados cambios, impulsados por el capricho, el desconocimiento y la fatuidad, que suelen ir de la mano, los moqueguanos de todas las edades y todos los tiempos siempre, desde hace tres siglos, lo hemos llamado Alameda. O, si se quiere, en la fabla popular, era la’lameda. Este es su nombre legítimo y el que siempre se debe conservar. Es la manera de honrar la tradición y la identidad de nuestro pueblo.

Análisis & Opinión