POR: GUSTAVO VALCÁRCEL SALAS
El 8 de setiembre se conmemora el 195 aniversario de la fundación bolivariana del Colegio “Simón Bolívar”, que fuera creado sobre la base del Colegio de “Propaganda Fide”, que es la continuación del Colegio “San José” de los jesuitas establecido en 1711, gracias a la generosidad de José Hurtado de Ichagoyen, uno de los más preclaros benefactores de la ciudad a lo largo de nuestra historia. Es justo recordar en esta oportunidad a tan ilustre moqueguano.
Nació en Moquegua en 1654 y falleció el 14 de octubre de 1708, a las pocas semanas de haber dispuesto en su testamento la donación de sus cuantiosos bienes —en los que incluía su vivienda, su afamada hacienda de viña y bodega de Yaravico, dinero en efectivo y otras preseas— para la fundación del colegio San José que debía estar regido por jesuitas.
Sus restos fueron depositados temporalmente en la iglesia parroquial (la Matriz) con el encargo de que se trasladen al Colegio de la Compañía de Jesús en cuanto este se hubiera establecido. Es allí, en el colegio, en su viejo solar, donde reposan en anónima sepultura desde 1711. Luego de trescientos años este plantel sigue funcionando con el nombre de Simón Bolívar; es uno de los más antiguos y de mayor trayectoria en el país.
En nuestra ciudad (Moquegua) no hay nada que lleve su nombre o que denote un reconocimiento oficial: ni una urbanización, un pequeño colegio, un apartado parque o callejuela que lo recuerde; a pesar de que la ciudad crece constantemente y se siguen inaugurando barrios, colegios, parques y callejuelas.
En su casa, esa que donó para que se eduque la juventud, y en donde lo sigue haciendo como hace tres siglos, ni una simple placa que conmemore su ejemplar filantropía, gracias a la cual tuvimos el privilegio de albergar el colegio más importante del sur del país por prolongadas centurias, y que sigue funcionando sin que haya nada en el plantel que lo recuerde. Fue el primer colegio de esta categoría, por su importancia aquí se educaba la juventud de Moquegua, Tacna, Arica y Tarapacá. Hoy es un moqueguano completamente desconocido.
Sólo durante el primer medio siglo de su creación el plantel llevó el nombre de “San José” como reconocimiento a su fundador. Los jóvenes que entonces estudiaban allí, en sus diarias oraciones lo recordaban y encomendaban fervorosamente a Dios para que lo tuviera en Su Santa Gloria. Era una buena manera de agradecerle por los favores recibidos. Merecida, justa y piadosa retribución que apenas duró hasta 1767.
Ese año los jesuitas fueron expulsados por irrecusable decisión real, entonces el colegio fue temporalmente recesado. Sin embargo, la presencia del colegio en Moquegua y sus considerables beneficios en toda la gran región, ya habían calado profundamente en la conciencia hasta convertirlo en una institución irremplazable. Era inadmisible que la juventud no se siguiera educando, sobre todo cuando se contaba con un local que tenía las rentas necesarias para sostenerse. Por lo que el pueblo a través de su cabildo gestionó inmediatamente su reapertura y el cumplimiento del deseo de su venerable fundador.
Su Majestad accedió al pedido. Para el sustento de la nueva licencia, con real sabiduría recurrió al inviolable y siempre vigente mandato testamentario de Hurtado de Ichagoyen. Así, dispuso que fuera regentado por los frailes franciscanos, quienes lo pusieron bajo la advocación de Nuestra Señora del Mayor Dolor. Si estos nuevos religiosos, durante su permanencia en el plantel, siguieron recordando al capitán José Hurtado de Ichagoyen en sus diarias oraciones, encomendándolo a Dios en gratitud de estar ocupando su casa y disfrutando de las rentas de sus preciados bienes porque él así lo dispuso, no lo sabemos. Pero cometieron el error de cambiar el nombre San José, que perpetuaba su memoria. Modificación que además de ser injusta fue innecesaria.
Cuando en 1825 Bolívar crea el nuevo colegio, luego de suprimir el franciscano y con ello cancelar definitivamente la presencia religiosa en el plantel, se encontraba en el apogeo de su fama y gloria, por lo que en su honor —poniendo en práctica una vieja costumbre laudatoria— al nuevo centro educativo le pusieron San Simón. En esta nueva época, en la que se rezaba cada vez menos por las ánimas cautivas en el Purgatorio, nadie pensó en José Hurtado de Ichagoyen, cuyo recuerdo era ya difuso.
Nadie se percató que la institución seguía funcionando en su casa, convertida entonces en un colegio con templo particular incluido, que había sido construido con las rentas que legó para que en ella se educase por siempre la juventud moqueguana, y que se seguía sustentando con los infaltables alquileres de la hacienda de Yaravico. Cuando en 1828 le cambiaron de nombre por el de “La Libertad”, bien pudo llamarse nuevamente “San José”. Pero para entonces ya se le tenía sumido en el ingrato olvido, como ocurrió cuando cambiaron el nombre de “La Libertad” por el de “Simón Bolívar” luego de haber descartado el de “Urquieta”.
Quienes nos educamos en la década de 1960 en la entonces Gran Unidad, en la semana bolivariana que dedicábamos por el aniversario del 8 de setiembre, lo recordábamos erróneamente como Hurtado Zapata y Echagoyen. De esta manera se recogía el apellido de su medio hermano y albacea Pedro Hurtado [de Mendoza y] Zapata. Confusión y equívoco que en los últimos años se ha venido corrigiendo.
Ahora, cuando nos acercamos al Bicentenario de la Independencia Nacional, y es necesario rescatar e identificarnos con nuestros valores culturales, la “Asociación de Exalumnos del Colegio Simón Bolívar” ha propuesto que el auditorio del plantel se llame “José Hurtado de Ichagoyen”. También es necesario que nuestras autoridades coloquen una placa alusiva en la fachada del colegio que hoy detenta Santa Fortunata, el local se lo debemos a él.