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21 julio, 2025 1:35 pm

Hemos sido discriminados y seguimos discriminando

Pero lo más triste no es solo que nos discriminen, sino que también aprendemos a discriminar.

POR: ABOG. JESÚS MACEDO GONZALES

En una de mis clases del curso Realidad Nacional en la universidad, al analizar el tema vinculado a la discriminación, descubrimos que, aunque nuestra Constitución diga que: “nadie puede ser discriminado por su idioma, origen, raza, color, sexo u otra condición”, la realidad que vivimos día a día nos cuenta otra historia. Porque mientras haya discriminación, seguiremos sembrando desigualdad y, peor aún, seguiremos alimentando la violencia en nuestra sociedad.

Ese día en la universidad repartí a mis estudiantes una pequeña hoja y les pedí que escribieran si alguna vez se sintieron discriminados y por qué. Las respuestas de los jóvenes fueron: «Me discriminaron por venir de colegio público», «por el color de mi piel», «por cómo me visto», «por ser mujer», «por venir de otra ciudad», «por mi edad», «por tener tatuajes», «por mi apellido», «por bailar danza regional», «por mi altura», «por jugar vóley», «por mi físico». Tantas razones, tantas heridas. ¿Y usted, amigo lector, de qué ha sido discriminado?

Muchos historiadores nos explican que una de las causas de esta discriminación inculturizada se debe al trauma que arrastramos desde la conquista. Cuando llegaron los españoles y prohibieron nuestras lenguas, nuestras costumbres, nuestros dioses, nos hicieron creer que lo andino era inferior. Y lo peor es que esa idea se ha perpetuado. Recuerdo que en el colegio nos enseñaban que con la llegada de Colón “comenzó la civilización en América”, como si los incas no fueran civilizados. Nos hicieron creer que el europeo era superior a nosotros. Y muchos, hasta hoy, lo seguimos creyendo.

No obstante, ahora muchos jóvenes crecen con una conciencia nueva, de respeto por nuestras lenguas originarias como el quechua y el aimara. Aunque no todos lo ven igual. Recuerdo que en un taller en Carumas, unos chicos me dijeron: “Nuestros padres no quieren que aprendamos aimara”. ¿Por qué hay generaciones que ya no pueden hablarlo? Seguramente porque en algún momento nuestros padres o abuelos fueron avergonzados, humillados o corregidos por hablar “mal” el castellano, cuando en realidad hablaban una lengua que refleja la diversidad cultural de nuestro país, y cargan un trauma adicional que no desean que tengan sus hijos y nietos.

Pero lo más triste no es solo que nos discriminen, sino que también aprendemos a discriminar. Y cuando les hice la pregunta a mis alumnos, ¿por qué razones han discriminado?, respondieron: “Discriminé por su forma de hablar”, “por su apariencia”, “por su lugar de origen”, “por su colegio”, “por su peso”, “por su color de piel”, “por ser diferente”. Y así seguimos repitiendo un patrón que muchas veces nace en la familia, que escuchamos desde pequeños, pero que ya no queremos seguir cargando.

¿Recuerdan “La paisana Jacinta”? Fue retirada de la televisión porque, aunque parecía solo una broma, era una caricatura que hacía daño. Presentaba a la mujer andina como sucia, torpe, mal hablada. Algunos decían: “Pero si es solo humor”, “no es real”, “es un personaje”. Pero cuando nos reímos de ese tipo de cosas, estamos aceptando, normalizando y perpetuando la discriminación sin darnos cuenta.

Por eso, necesitamos reflexionar: ¿hasta cuándo vamos a seguir discriminándonos entre peruanos? ¿Cuándo empezaremos a reconocernos como iguales, con los mismos derechos, con la misma dignidad? Romper el trauma de la conquista empieza por nosotros: cambiar de actitud, abrir la mente, abrazar nuestras raíces, valorar lo que somos.

Porque un país más justo, más humano, empieza creando igualdad entre el trato de los peruanos y sus diferencias, que nos debieran enriquecer y no discriminar.

Análisis & Opinión