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22 noviembre, 2024 11:12 pm

Golpismo y democracia

Lo que no puede evitarse anotar es que este acontecimiento es consecuencia de la polarización política, la pérdida del principio de autoridad, la desazón ciudadana por el descalabro económico y el grave resquebrajamiento de su institucionalidad.

POR: VICENTE ANTONIO ZEVALLOS SALINAS   

Buen tiempo atrás que no escuchábamos por estas latitudes, la noticia de un levantamiento militar, de los clásicos golpes de Estado pasamos a algo más sofisticados, los golpes institucionales, del caudillo militar al amotinamiento de las fuerzas armadas en su conjunto; las graves violaciones a los derechos humanos, una corrupción sistematizada, el descalabro institucional y la deslegitimación de nuestras instituciones tutelares fueron menguando este intervencionismo que era su ADN, con la complacencias de los poderes fácticos, para velar por la “salud democrática” y nuestras formas “occidentales”. Es cierto que una derecha burda y radical, toca con recurrencia sus puertas-observemos nuestras últimas elecciones generales-, y estas no responden a su llamado, quisiéramos asumir que es consecuencia de su reconocimiento al orden constitucional, asumiendo hidalgamente sus roles, y no las sombras del desprestigio que significó su performance en la escena política de pasadas décadas, que los obliga a ese repliegue.

Bolivia, no deja de sorprendernos, del visceral enfrentamiento entre los otrora lugartenientes Evo Morales y Luis Arce, rápidamente pasamos a un estrambótico golpe de Estado, que en minutos quedo desarticulado y no prosperó, no por el férreo liderazgo de su presidente o el contundente rechazo ciudadano, el golpe, si así pudiéramos llamarse a esta intentona, nació y murió estéril; en el escenario político electoral en que está inmerso Bolivia, alguien lucrará políticamente de esta puesta en escena y en principio, beneficiará a quien pretendían destituir, porque asumirá una conveniente victimización, la evolución del proceso político ira deshilando responsables y también actores subalternos. Lo que no puede evitarse anotar es que este acontecimiento es consecuencia de la polarización política, la pérdida del principio de autoridad, la desazón ciudadana por el descalabro económico y el grave resquebrajamiento de su institucionalidad.

Tantas identidades tenemos con Bolivia, que hasta en las caricaturas golpistas nos encontramos, pues algo de esto sucedió con Pedro Castillo, en sus limitadas capacidades alguien lo alentó a asumir su frustrado rompimiento del orden constitucional, para terminar privado de su libertad y sin advertir, ya no su futuro personal, sino el de su país que le confió un voto de esperanza, que le estaba haciendo una concesión política a quienes no ganaron las elecciones, instrumentalizando nuestra Constitución y formateando nuestro sistema político.

Sin embargo, las sociedades evolucionan y las formas políticas también, ya lo escribía en el 2018, Steve Levistsky, pues las dictaduras flagrantes, los gobiernos militares, prácticamente han desaparecido del panorama, hoy los asesinos de la democracia utilizan las propias instituciones democráticas para de manera gradual, sutil e incluso legal liquidarla. Lo que nos obliga necesariamente a observar nuestro país, en ese cruento sometimiento de los poderes públicos, incluido gobierno central, al autoritarismo parlamentario, que lo licencia hasta para autodefinirse como primer poder del Estado.

Se invoca con mucha frecuencia la premisa de que somos un gobierno representativo y a su efecto nuestras autoridades están habilitadas para decidir lo que consideran necesario a su entender, soslayando un principio fundamental que es el eje en que descansa nuestra democracia, la soberanía reside en el pueblo. Nuestros constituyentes, indiscutiblemente actuaron con buena fe, al dejar un cuerpo importante, quizás las más trascendentes de nuestras disposiciones constitucionales, en la condición de cláusulas abiertas o indeterminadas y como con naturalidad se recoge en el derecho comparado, pero dirigidas a otro tipo de representantes, a quienes actúan y deciden con razonabilidad, colocando a buen recaudo la lealtad constitucional; y es así como se ingresa en un terreno escabroso, a veces confundido con populismo, que dé a pocos y sin disimulo alguno, van desgranando nuestra solidez democrática; ya ni siquiera requieren ganar elecciones, basta con monigotes políticos, para desde el interior del propio Estado, decidir, estructurar y ejecutar en bien de sus intereses, que redunda en mantener el statu quo.

Entonces, cuando el ciudadano encuentra que el Estado no responde a sus demandas, no se siente identificado con él; cuando el gobierno, que significaba el cambio, persiste en mantener el estado de cosas sin sustantivas políticas públicas que coincidan con atender las múltiples carencias de la población, esta se distancia; cuando sus representantes, se muestran preocupados por privilegiar sus intereses particulares o de grupo, sobreviene su deslegitimación. Todo esto conducente al gradual desapego ciudadano con nuestra democracia, que se propone ausente, insensible, excluyente.

Los distintos calificativos de foros académicos internacionales redundan en que somos una mixtura de democracia y autoritarismo-hibrido-, que va calando en el sentir, en el pensar y decidir ciudadano, a quienes miramos con desatención. Y ese es nuestro mayor peligro, que el ciudadano vea a nuestra democracia como ineficiente, permitiendo abrir las puertas a cualquier formato ajeno a la democracia, pero que signifique eficiencia. Bukele, nos muestra como desde posiciones autoritarias se puede lograr eficacia en sus políticas públicas, en este caso seguridad ciudadana; acaso las democracias están incapacitadas para lograrlo.

Estamos inmersos en una enorme incertidumbre política, donde el barco de nuestra estabilidad institucional, navega hacia rumbos desconocidos, donde ningún autoritarismo, sea de izquierda o de derecha, está vedado. Estamos notificados, solventemos nuestra democracia.

Análisis & Opinión