POR: CESAR A. CARO JIMÉNEZ
La muerte es un acontecimiento inevitable y universal; es un suceso por el que todos los seres humanos tarde o temprano tenemos que pasar. ¡La muerte jamás es dulce! Y menos aun cuando nos enfrentamos a la pérdida de un familiar o amigo cercano, que nos lleva a un torrente de emociones abrumadoras.
La partida de alguien a quien apreciamos profundamente nos hace reflexionar sobre la fragilidad de la existencia y la importancia de valorar cada momento compartido, en mi caso en más de medio siglo de amistad entre risas, bromas y requintadas por el mal hacer de la gran mayoría de las autoridades del ayer y el hoy de nuestro amado terruño que carecen de visión de futuro.
Glauco era un moqueguano muy especial: pocas veces lo vi refunfuñar, dado que bien callaba o decía claramente su verdad con una sonrisa en los labios en tanto sorbía su habitual vino tinto y nos hacía reír con su clásico y bromista calificativo de “infeliz” del cual creo que ninguno de sus numerosos amigos se libró y al que aceptaron sin reparo, porque no escondía maldad o resentimiento alguno.
Y podría escribir y escribir muchas líneas relatando los cientos de anécdotas que nos hizo vivir y reír nuestro querido “diablito” como cariñosamente lo llamábamos, pero creo que ello ya lo están haciendo en las redes muchos de sus amigos, que por cierto creo que son incontables a tal punto que puedo decir sin temor a equivocarme que era uno de los personajes más apreciados por los pocos moqueguanos que aún quedan –aunque en minoría–,en esta ciudad, que pareciera ser más el reducto de otros peruanos de origen distinto y por lo tanto recuerdos, costumbres y conocimientos muy ajenos a lo que se conoce como identidad regional o moqueguana y que se crea o conserva a través del respeto a su historia y todo lo que el sentirse moqueguano implica.
Por ello y en homenaje al amigo que se nos ha adelantado, me permito recordar que Mark Twain mencionó que “la vida no era un regalo valioso, pero la muerte sí”.
Eso nos lleva a recordar que desde que nacemos empezamos a morir y puede ser que sea oscuro pensar así sobre la muerte, pero la vida es limitada por lo que muchos filósofos se han esforzado para darle sentido a la tristeza que se percibe cuando alguien muere y es algo sencillo de entender, pero no hay de qué preocuparse: simplemente se han ido, así como lo haremos nosotros en su momento, o lo hicieron muchos de nuestros antepasados y amigos.
Esas personas que ya no están ahora no sufren. Somos nosotros los que lo hacemos por alguien que se fue, como es el caso de nuestro querido Glauco, por el que sentimos tristeza y eso viene del aprecio que se le tenía y en cuyo recuerdo me permito trascribir el poema “Pasatiempo” de Mario Benedetti.