POR: GUSTAVO VALCÁRCEL SALAS
Hace una década me entusiasmó un resumen de “A fuerza de voluntad, historia basada en la vida del pintor Ginés Parra”. Su autora, la española Germana Fernández, narra la visita del pintor a la ciudad de Moquegua y la grata impresión que le causaron sus calles con casas que lucían llamativos techos de mojinete. Cuenta que en 1933 “cuando llegó a San Agustín de Torata, Ginés imaginó que así debió ser el Paraíso. Lo que allí vivió, vio y sintió lo trasladó más adelante a sus lienzos”.
Permaneció en Torata un par de semanas. Su sensible espíritu de artista fue cautivado por el variado e inspirador paisaje, tan lleno de color y fragancia, que llegó a imaginar que así debía ser el edén, y también retenido por la hospitalidad de su gente.
El entusiasmo que me despertó la enigmática vida de Ginés, la calidad de sus obras y, por, sobre todo, el recorrido que décadas antes hizo por estos pueblos, pintando a toda hora y alternando con su gente sin dejar rastro ni recuerdos vivos, lo tomé como un desafío que me motivó a seguir su huella y buscar en su obra el bosquejo de un mojinete o el boceto de un motivo torateño. No era para menos.
Nació en 1896 en un humilde hogar campesino de Zurgena, en Almería. Bautizado como José Antonio Ramón, de niño gustaba hacer figuras de barro con tal arte que podía venderlas con facilidad, ello le permitía comprar lápices y cuadernos para dibujar y pintar. La estrechez familiar lo lleva a marcharse en busca de un mejor futuro. Viaja a Argentina acompañado de su inseparable hermano mayor llamado Ginés. Trabajan duramente como albañiles.
Tras nuevos y mejores horizontes, los hermanos recorren algunos países de Sudamérica camino a EE.UU. Luego de trabajar en una mina en Arizona, se trasladan a Los Ángeles. Aquí, misteriosamente, desaparece Ginés. Después de una infructuosa búsqueda de seis meses, José Antonio se traslada a Nueva York en 1914. Fiel a su innata vocación, se matricula en la Escuela de Bellas Artes. En homenaje a su entrañable y desaparecido hermano adopta su nombre. Empieza a llamarse Ginés Parra.
Luego de un lustro retorna a España. Es atraído por París, entonces convertida en la capital mundial del arte en todas sus manifestaciones. Allí participa en continuas exposiciones. Crece su fama y es uno de los destacados integrantes de la Escuela de París, que agrupaba a los artistas de los más diversos estilos y de todas las nacionalidades. Alterna en tertulias de café con Pablo Picasso, Pancho Cossío, Francisco Bores, Ismael de la Serna, Manuel Ángel Ortiz, Joaquín Peinado… Ginés Parra empieza a hacerse conocido en el mundo del arte.
Vuelve a Nueva York en 1932 donde se vendían bien sus obras. De aquí pasa a Argentina.
Estando en Buenos Aires lo busca en el hotel un desconocido que casualmente se había enterado de su presencia. Previo pago, le indica que su hermano Ginés está vivo y radica en el Perú, en Moquegua, donde vive con el nombre de Pedro Martín. Que allí pregunte por él al cura del templo Santo Domingo.
Conmocionado por este encuentro fortuito y la impactante noticia de que su entrañable hermano, desaparecido durante varios años, podría estar vivo, empieza a dudar que la información sea cierta. Sospecha ser víctima de una estafa. Las dudas lo atormentan; quien le habló sin duda que conocía a Ginés, de quien había tomado el nombre que empezaba a hacerlo famoso en el mundo de la pintura. Reflexiona que si no viaja y no constata personalmente lo que le han dicho, vivirá eternamente en la incertidumbre y no se lo perdonará jamás. Decide correr el riesgo.
Se informa sobre la lejana ciudad de Moquegua; averigua cómo llegar a ella. Finalmente, toma la decisión terminante de emprender el viaje a ese lugar tan distante y desconocido.