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14 abril, 2025 11:59 am

Falleció el abogado Francisco Edgar Flores Mita, exdecano del Colegio de Abogados de Moquegua

El velorio se realiza en la ciudad de Arequipa, y sus restos serán sepultados este lunes en el Campo Santo Parque del Recuerdo, tras una misa de cuerpo presente.

Víctima de una penosa enfermedad, falleció este domingo el reconocido abogado Francisco Edgar Flores Mita, quien en vida fue exdecano del Ilustre Colegio de Abogados de Moquegua, además de jurista, académico y defensor incansable de la justicia.

Natural de Arequipa, pero profundamente identificado con Moquegua, el doctor Flores Mita desarrolló una destacada trayectoria en el ámbito jurídico, donde dejó huella como decano del Colegio de Abogados de esta región y como líder del Estudio Jurídico Flores & Flores Lawyer, desde donde ejerció con solvencia y ética durante más de 20 años. Su vocación de servicio, así como su calidad humana, lo convirtieron en una figura muy respetada tanto por colegas como por instituciones locales, muchas de las cuales han expresado su pesar y condolencias ante esta irreparable pérdida.

La familia ha informado que el velatorio se viene realizando en la sala Santa Teresa de Jesús, ubicada en la Urb. La Cantuta E-10, en el distrito de Lambramani, Arequipa, ciudad donde nació el jurista. El sepelio se llevará a cabo este lunes 7 de abril, con una misa de cuerpo presente a las 15:00 horas, y posterior entierro en el Campo Santo Parque del Recuerdo, a las 16:00 horas.


UN MENSAJE PARA SEGUIR VIVIENDO

POR: ABOGADO FRANCISCO EDGAR FLORES MITA.

ARTÍCULO PUBLICADO POR LA PRENSA REGIONAL

LUNES 28, JUNIO 2021

Hoy no quiero escribir sobre política, ni de derecho. Hoy quiero contar algo de mi biografía, donde relato cómo fue la respuesta de Dios al verme enfermo, derrotado y sin esperanza de seguir adelante. Es mi deseo contarlo, con la esperanza de que sirva de motivación y consuelo para los que hoy en día están en un hospital, luchando por su vida con un respirador artificial u otros entubados, por haber sido infectados por el temible y mortal COVID-19.

Era agosto del 2014. Empecé a sentir un agudo dolor en la pierna derecha, a la altura de la rodilla, cada vez que esta se flexionaba. El primer diagnóstico fue algún problema con un ligamento o un dolor muscular, por lo que solo se me recetó Hirudoid y reposo. Cumplí a cabalidad la prescripción médica, pero con el transcurso del tiempo empezó a brotar una especie de hinchazón en el fémur derecho, que al tocarlo era duro y que con el paso de los días se convirtió en un obstáculo para caminar, pudiendo hacerlo solo manteniendo la pierna recta y echando todo el peso del cuerpo sobre la pierna izquierda.

Ante ello, volví al consultorio médico de un amigo que era especialista en traumatología. Al observar esa especie de tumor, dispuso que me tomara rayos X, lo cual hice en el acto, y al verla noté que su rostro cambió de semblante. Hizo el intento de mantenerse tranquilo y no darme todavía un diagnóstico. Prefirió ordenar una resonancia magnética, enviándome a REMARSUR-Arequipa para que me hicieran la prueba en la parte afectada, orden que cumplí al pie de la letra. Al traer el resultado, no le quedó más remedio que decirme que era un tumor, pero no podía decir si este era benigno o maligno. Sin embargo, de su rostro pude inferir que era algo malo. Es más, podía intuirlo porque todos conocemos nuestro organismo, sabemos cuándo está bien y cuándo está mal.

Ya no era el mismo. Estaba muy deprimido, el movimiento de la pierna derecha estaba muy limitado, había perdido el apetito y casi no dormía. Algo se moría dentro de mí. Entonces, por recomendación de mi amigo, me fui a Arequipa, donde me esperaba el Dr. Cristhian Gutiérrez, especialista en traumatología y oncología. Le entregué las pruebas que me hice. Al verlas, era evidente que no eran buenas noticias las que me iba a dar, y sin mayores preámbulos me dijo:

—Francisco, tienes un tumor maligno.

En ese momento, el mundo se me cayó encima. Pensé de inmediato en mis tres hijos, todos aún en el colegio, asociando dentro de mí la noticia con mi próxima muerte, y pensando: ¿y ahora qué será de mis hijos?

Volviendo en sí, el Dr. Gutiérrez me dijo:

—Para confirmar solo tengo que hacer una biopsia.

Mi respuesta fue:

—Hágala, doctor.

Pero en el fondo de mi ser, ya estaba confirmada la noticia de que tenía un tumor maligno. En simples palabras, tenía cáncer.

Se hizo la biopsia y la espera del resultado fue larga, o se me hizo larga, porque enviaron la prueba a la ciudad de Lima. Autoricé a mi hermana a recogerla porque el Dr. Gutiérrez me había prescrito que no caminara mucho. Llegó el esperado día. El resultado fue el siguiente:

“Sarcoma fusocelular y pleomórfico de alto grado con producción de osteoide. Los hallazgos son compatibles con osteosarcoma convencional.”

¡Listo! Era cáncer lo que tenía. El resultado estaba confirmado.

Sabido el resultado, de inmediato cogí mi celular y llamé a Antonio, mi secretario en mi estudio jurídico en Moquegua, y le dije:

—Antonio, tengo cáncer. No sé si regresaré a Moquegua. Por favor, empieza a devolver los expedientes a los clientes para que busquen otro abogado y no se perjudiquen.

Sentí que mi secretario se quebraba. Antonio era un hombre que me había acompañado muchos años atrás en mi estudio jurídico. La tristeza con la que le hablé le habría hecho entender que no podía interrogarme sobre mi sufrimiento. Solo escuché una voz quebrada que me decía:

—Sí, Edgar. Lo haré.

Y eso fue todo.

Era el tercer día de saberse que tenía cáncer. No conciliaba el sueño en las noches, a pesar de las pastillas que tomaba para dormir. Esa mañana, tendido en mi cama, tenía a mi madre a mi lado, viéndome derrotado y preocupado por lo que se venía. De pronto, sentí la necesidad impostergable de hablarle a Dios. Era tanto mi tristeza que solo me quedaba Él, lo cual hice en el acto. Sentado en mi cama, abrí una Biblia que había llevado de Moquegua. La misma se abrió en el Salmo 22, y al repetir con lágrimas en los ojos el verso que decía:

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor? Dios mío, clamo de día, y no respondes.”

En ese momento, sentí como si fuera una descarga eléctrica sobre mi pecho, que me empujó hacia atrás. Logrando reponerme, no terminé de leer el verso. Me levanté y troté, a pesar de que el médico dijo que no expusiera a esfuerzo físico la pierna derecha. Le dije a mi madre, testigo presencial de lo ocurrido, que estaba sano, que no iba a morir. Estaba feliz, y de inmediato cogí el celular y llamé a mi secretario diciéndole:

—Antonio, ya no devuelvas ningún expediente. Yo voy a volver. El Señor escuchó mi súplica y volveré. No devuelvas ningún expediente.

Y volví, sano y salvo. Lo que pasó durante el tratamiento, eso es otra historia maravillosa donde el protagonista principal es Dios.

En esos momentos de sufrimiento del hombre, cuando cree que todo está perdido, que ya no hay remedio y que la muerte es el paso siguiente, ese es el momento en que el hombre tiene que clamar a su Creador, a su Dios. No importa si durante su vida le diste la espalda. No importa lo que hiciste. Solo importa que lo llames, y Él vendrá, te abrazará y consolará, concediéndote esperanza de vida.

Solo Él lo puede hacer.

Análisis & Opinión