POR: EDUARDO VEGAZO MIOVICH (PROMOCIÓN 1957)
Pasadas las Fiestas Patrias, partimos de Moquegua muy de madrugada en un camión, premunido de una toldera de lona atada de sus extremos a las barandas de la carrocería y un par de colchones de paja en la plataforma, en un recorrido de unas dos horas de viaje por carretera afirmada hasta la Estación del Ferrocarril del Sur, llamada “Cachendo”, ubicada en la Pampa de la Joya, cuyo tren procedía del puerto de Matarani.
Era un tren de pasajeros y carga, con una hermosa y antigua locomotora a vapor, de las que, al avanzar, dejaban una gran barra de humo. Esperamos algo más de una hora para la llegada de aquella máquina. Abordamos un vagón de “tercera clase” con asientos de madera, que estaba ocupado, en su parte posterior, por un conjunto musical con varias guitarras; además, los comerciantes trasladaban pollos y yerbas secas rociadas en el piso; cholitas sentadas en los costales de cochayuyo, mariscos y pescado seco, estibados sobre sus asientos; con el viento, las cáscaras de verduras volaban por sobre nuestras cabezas y del “perfume”, ni qué hablar.
El tren siguió su viaje hasta hacer una escala en Arequipa. En esa estación nos transbordaron a un vagón de pasajeros de “primera clase”, ubicándonos en la mitad delantera del vagón, tocándoles la otra mitad a otro grupo de excursionistas del Colegio Nacional “Deán Valdivia” de Mollendo, que también se dirigía al Cusco. De Arequipa partió nuestro tren “hacia la sierra” –a decir de los arequipeños–, vía desde la cual vimos por primera vez el volcán Misti desde la parte posterior y, en cuyo trayecto, encontramos una serie de lagunas con espejos de agua de espectaculares matices.
Conforme el tren iba trepando la cordillera, el frío iba haciéndose más intenso, pero lo disimulábamos con nuestras amenas conversaciones y carcajadas propias de una delegación de estudiantes. Es decir, partimos de Arequipa, pasando por los pueblitos serranos de Yura, Uyupampa, Quiscos, Ayrampal, Canaguas, Sumbay, Pillones, Vincocaya, hasta llegar a la cúspide de la cordillera.
Mientras nos desplazábamos por esos fríos lugares, de algún bolsillo de nuestros compañeros, brotó una “mulita” de pisco que estuvo secretamente camuflada y que, luego, fue pasando de mano en mano. Claro que había algunos que no bebían, pero en compensación había otros que tomaban con las dos manos. Uno de los profesores que acompañaban al grupo de estudiantes de Mollendo en el mismo vagón, entre sorprendido y enojado, se acercó a donde nuestros profesores, reprochándoles el que nos permitieran tomar bebidas alcohólicas. Nuestro profesor Luque le dijo:
–No se preocupe, profe, no se preocupe, ahorita arreglo esto.
Llegamos al primer poblado o “paradero” en el que bajamos a probar unas buenas “tronchas” de carne de cordero que ofrecían al costado del tren “baratito nomá”.
Continuamos el viaje y, en las inmediaciones del lugar de mayor altura sobre el nivel del mar, llamado “Crucero Alto”, varios alumnos mollendinos comenzaron a sentir los estragos de la altura, sin tener ningún medicamento que los aliviara, así que les “recetamos” un buen trago de pisco para cada uno, pese a la oposición, en principio, y luego con resignada aceptación de sus profesores, incluyendo el respectivo trago para el del reclamo y… ¡Santo remedio! La “mulita” se había convertido en oro en polvo.
Más adelante pasamos por Lagunillas, Santa Lucía, Maravillas, Cabanillas y arribamos –sólo de paso– a Juliaca, la ciudad más grande y poblada hasta este punto del recorrido. Hacía un frío jamás experimentado por nosotros, que nos congeló hasta los botones.
De aquí, por vía terrestre, continuamos a la ciudad de Puno con su imponente lago Titicaca, a donde llegamos en horas nocturnas.
Y ahora, ¿dónde nos alojamos?
Continúa mañana…