lunes, 29 de septiembre de 2025
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Entre memes y abrazos: recuperar lo humano frente al celular

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POR: ABOG. JESÚS MACEDO GONZALES

En década del 80 y 90 tener celular era un asunto de lujo. Sin embargo, hoy es rara la persona que no lo tenga. ¿Podemos vivir sin celular y controlar su uso o el celular ya se convirtió en algo imprescindible en nuestra vida, o el celular nos está controlando? Analicemos las ventajas y desventajas de este tema de actualidad.

El celular es, sin duda, una herramienta maravillosa. Gracias a él podemos comunicarnos al instante con nuestra familia, pedir un taxi sin salir de casa, hacer transferencias bancarias en segundos, o simplemente ver un tutorial cuando no sabemos cómo arreglar algo. ¿Quién no se ha salvado de un apuro gracias a YouTube o a un mensaje por WhatsApp? Esa es la cara positiva de este aparato: nos acerca, nos informa y nos resuelve la vida.

Pero ahora vayamos al otro lado de la moneda. ¿Cuántas veces hemos dicho: “Solo reviso mi Facebook cinco minutos” y terminamos perdiendo una hora entera? ¿O cuántas familias se sientan a cenar y, en lugar de conversar, todos están mirando la pantalla? El celular, en lugar de unir, a veces nos aísla. Incluso hay personas que ya no pueden dormir bien porque se quedan hasta la madrugada mirando videos o jugando.

Entonces, ¿controlamos nosotros el celular o él nos controla? La respuesta depende de cada uno. El celular en sí mismo no tiene voluntad, somos nosotros quienes decidimos cuánto tiempo dedicarle. Sin embargo, las aplicaciones están diseñadas para engancharnos, para que nos quedemos más tiempo conectados. Y ahí es donde debemos ser conscientes y poner límites.

Un ejemplo sencillo: usar el celular para llamar a nuestra mamá todos los días es un buen hábito, porque fortalece los lazos familiares. Pero pasar tres horas seguidas viendo memes mientras dejamos de lado una tarea o el estudio, ahí ya estamos cayendo en el control del celular. O suele pasar que estamos tomando un café, almorzando o tomando desayuno y todos los sentados en la mesa o algunos de ellos están enganchados del celular e irónicamente comunicándose tal vez con los ausentes e incomunicados con los presentes.

Como ven, la clave está en el equilibrio y en tomar conciencia de cómo es su uso y en qué momento lo restringimos o no. Aprendamos a usar la tecnología como una aliada y no como una cadena. Que el celular no nos robe los momentos de vida real: una conversación frente a frente requiere que apaguemos y/o apartemos el celular al menos en ese momento, una caminata con los amigos de la misma forma, o simplemente disfrutar del silencio sin notificaciones que interrumpan. Esto significa programar en qué, cuándo y con quién uso el celular.

El celular no es malo ni bueno por sí mismo. Lo importante es cómo lo usamos. Que no se convierta en nuestro dueño, sino en nuestro compañero de vida. Recordemos siempre: la verdadera conexión no está solo en la señal, sino en la capacidad del ser humano de encontrarnos, apreciarnos y construir un sentimiento común, sobre una causa justa.

Un amigo me contaba que cuando dormía apagaba siempre el celular porque el descanso verdadero es aislarse de las distracciones. Por otro lado, hay que tomar conciencia de que es necesario regular en qué momento vemos redes sociales o en qué momento no. Por ejemplo, activar el “modo no molestar” en las comidas o cuando estudiamos va a permitir mejorar la concentración en otras actividades y que nuestro cerebro no solo tenga paz, sino que sea más productivo.

Es preocupante cómo todos los estudiantes en la universidad me contaban que la única vez que han podido desconectarse del celular es cuando han estado de viaje y se quedaron a vivir en alguna zona rural. Eso significa que las generaciones jóvenes están desarrollando una gran dependencia al celular, ya que muchos de ellos prefieren no tomar nota de las clases, ahora graban al profesor y si una lección no entienden, no leen un buen texto, sino que le piden al internet que con video les explique. Estos gestos lo que van a producir a la larga es un cerebro inútil, que no es capaz de elaborar pensamientos abstractos, menos construir innovación.

Quizás sea el momento de volver a lo clásico: leer un libro en papel, salir a caminar o promover más las conversaciones cara a cara, o dejar el celular cargando en otra habitación cuando queremos descansar de verdad. Y, sobre todo, recuperar el calor del encuentro humano cara a cara, del abrazo por el afecto compartido, de la experiencia sentida mirando a los ojos o disfrutando de una comida y mirándonos a la cara con empatía. Encantos humanos que el celular no puede hacer aún con videollamada.

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