POR: JACK CHIRINOS SARMIENTO
Cuando uno está sólo y se pone a meditar en todas las cosas que hacemos y no hacemos, se nos forma una interrogante que tenemos que resolver, muchos no lo hacen y no son felices. Las cosas pasan por algo, eso siempre lo escuché. A todos los que dudan de su destino, esta es su historia, espero les guste.
A los tres años aprendí a leer, ese es uno de los primeros recuerdos que tengo, un día agarré el periódico que dejaron en la mesa y lo puse de cabeza; mi abuelo lo arregló y me dio las primeras clases de lenguaje y ese fue el momento que aprendí a leer y la parte inicial de esta ardua misión, Gracias abuelo, sin querer fuiste mi maestro, siempre con tu cigarrillo en la boca.
Del jardín de infancia en el que estudié, no recuerdo mucho solamente asistí unas pocas veces; no me gustaba pintar chapitas, ni fideítos, ni estar deletreando palabras ni mucho menos aprender canciones infantiles, porque ya lo sabía y me aburría, sólo quería leer y hacer lo que me gustaba, creo que no encajaba en ese lugar, quería otras cosas.
Cuando era niño, recuerdo a mi bisabuela sentada en una banca en el patio, contándome las mágicas historias de su tierra y las cosas que hacían las familias de esos lugares donde vivía, ella tenía muchos años encima y quería contarle a alguien todos esos relatos, fue un tiempo breve. Hasta que un día en el patio le dijo a mi tía: ¿Dónde está el negrito? Y el negrito no estaba, nunca llegó. Al poco tiempo falleció y dejó un vacío en mi corazón. Mi abuela la reemplazó. Pero, aún no podía comprender porque me habían elegido a mí.
En aquellos años, mi papá llegó un día a la casa con unos papeles super viejos, deteriorados por el paso del tiempo, muchos de ellos estaban en fólderes carcomidos por las polillas; eran documentos de toda la historia del Sindicato donde fue dirigente, durante muchos años él ordenaba los papeles y yo me encargaba de dictarle el contenido de cada documento, el resultado final fue una obra aún no publicada.
En esos años, mi abuela venía a visitarnos al valle donde vivíamos y nos llevaba a las chacras de todos sus familiares, eran lugares apacibles y serenos. En esas visitas y en esas tertulias familiares se contaban las historias de zutano y mengano, de los avatares de la familia. Ella siempre quería que la acompañe y gracias a ello, pude oír una y otra vez los relatos familiares. Aún seguía sin entender porque tenía que escuchar esas historias.
Muchos años después, mi abuelo comenzó nuevamente a ser mi maestro, todas las tardes me contaban muchas historias divertidas, entretenidas y agradables de la gente de su pueblo; eran situaciones reales que en su mayoría que podían ser verificadas por sus propios protagonistas, pero había un poco de misticismo y surrealismo. Hasta que un día, mi abuelo me llevó a su habitación, abrió su ropero, metió su mano al fondo y sacó un tesoro muy preciado, me enseñó un libro sobre la historia de nuestra tierra, estaba escrito a máquina, ese si era un verdadero tesoro. Ya iba comprendiendo el porqué de esas situaciones.
Ahora ya entiendo, el porqué de las cosas que me pasaron. Ahora ya entiendo, porque ellos querían contarme todas esas historias. Ahora ya entiendo. Ese es mi destino, tengo que escribir sobre eso.
Al final aprendí que la vida es un constante trajinar y que si no haces lo que en verdad anhelas, nunca serás feliz. Mi motivación son mis abuelas Berna, Emma y Luz María, quienes partieron y no les pude decir cuánto las amo y tampoco ahora lo diré, porque esas si SON COSAS MÍAS.