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4 enero, 2025 5:04 pm

El ratón de Navidad

La política peruana parece haberse convertido en esa misma especie de roedor: hábil, furtiva y destructiva, dejando apenas migajas para quienes aún creen en un cambio.

POR: GUSTAVO PINO 

El salto del ratón desde la mesa del pasadizo, en la casa de la abuela, no fue solo una escena cotidiana. Fue un símbolo. Si este pequeño y silencioso intruso pudiera describir el 2024, su parábola sería un retrato nítido de la política peruana: una política que, como el ratón, es hábil en su evasión, persistente en su daño y experta en esconder su rastro.

El veneno, cuidadosamente dispuesto para erradicarlo, no cumplió su propósito. El ratón, astuto como solo puede ser quien sobrevive en un ambiente hostil, supo esquivar las trampas. Avisó a sus cómplices —porque siempre hay cómplices— que no se acercarán a esa trampa disfrazada de solución. Y mientras tanto, continuó su labor destructiva, roído a roído, agujero a agujero.

Lo más sorprendente es que, por más intentos de encontrarlo, no se pudo. Pasó Navidad, y el ratón, como si supiera que el caos lo beneficia, encontró un nuevo festín: el papel de los regalos de los niños. Mordisqueó cada envoltura, no por necesidad, sino por esa pulsión destructiva que parece regir tanto a los roedores como a la política corrupta. Con cada mordida, carcomió también las esperanzas, dejando huellas diminutas. 

Con el paso de los meses, la casa se llenó de un aroma inconfundible: el hedor a ratón. Ese olor rancio y penetrante se apoderó de las viejas fragancias familiares, desplazando el perfume de los recuerdos, las risas y los momentos compartidos. El aroma a ratón es el aroma de un sistema podrido, de una política que se apropia de lo bueno para transformarlo en descomposición.

El ratón, como la política que representa, no actúa solo. Es parte de una red que se mueve en las sombras, coordinando estrategias para evadir cualquier intento de cambio. Atrás deja huellas negruzcas, invisibles para quienes no quieren verlas, pero evidentes para quienes han vivido la pérdida: un decreto que protege privilegios, un contrato firmado en la sombra, una traición más al bienestar colectivo.

Y mientras los habitantes de la casa esperan que una trampa funcione, que un veneno haga su efecto, el ratón sigue saltando de mesa en mesa, de rincón en rincón. Porque el caos lo protege, lo alimenta, lo refuerza. La política peruana parece haberse convertido en esa misma especie de roedor: hábil, furtiva y destructiva, dejando apenas migajas para quienes aún creen en un cambio.

Erradicar al ratón no es una tarea simple. Requiere más que venenos o trampas. Requiere una vigilancia colectiva, una acción decidida, un rechazo absoluto al hedor de la resignación. Porque si dejamos que siga saltando de mesa en mesa, de pasadizo en pasadizo, terminará por comerse no solo los regalos, sino también los sueños, las esperanzas y, finalmente, el alma misma de la casa.

Análisis & Opinión