POR: CESAR A. CARO JIMÉNEZ
El ataque de un estúpido carece por completo de racionalidad; por ello, resulta sumamente difícil —si no imposible— defenderse apelando a la razón. Esto convierte a los estúpidos en individuos con un potencial nocivo mucho mayor del que los no estúpidos suelen imaginar. Esta es la cuarta de las célebres Cinco Leyes Fundamentales de la Estupidez Humana, formuladas por el historiador económico italiano Carlo Cipolla (1922-2000). Cipolla fue profesor en las universidades de Pavía (Italia), Berkeley (California, EE. UU.) y la London School of Economics (Reino Unido). Coordinador de la obra “Historia económica de Europa” —una serie de nueve volúmenes publicados entre 1972 y 1976—, fue un destacado investigador en temas relacionados con la importancia de la moneda en la actividad humana y un pionero en el estudio de las relaciones entre demografía y economía, siendo el autor de la reconocida “Historia económica de la población mundial”.
Cipolla era un intelectual humanista que dedicaba tiempo a observar y analizar fenómenos sociales, plasmando sus reflexiones en ensayos literarios como ¿Quién rompió las rejas de Monte Lupo? En su libro de 1988, donde incluyó las leyes de la estupidez, dejó una advertencia clara: “Los estúpidos son más temibles que la mafia, que el complejo industrial-militar o que la Internacional Comunista”. Los consideraba capaces de “arruinar tus planes, destruir tu paz, complicar tu vida y tu trabajo, hacerte perder dinero, tiempo, buen humor y productividad”. Además, creía que “son peligrosos y funestos porque a las personas razonables les resulta difícil imaginar y entender un comportamiento estúpido”.
El estado actual del mundo, del Perú, de nuestro departamento y de las relaciones humanas invita a preguntarse si la estupidez finalmente ha ganado la partida y establecido sus reglas en una parte cada vez mayor del planeta. No solo por los comportamientos cotidianos de las personas, sino —y esto es especialmente preocupante— por las conductas y el lenguaje de quienes ostentan el poder: gobernantes, dirigentes, responsables de legislar y administrar justicia, intelectuales que se muestran incondicionales al poder y le dan difusión y, en general, por aquellos que reverencian a los estúpidos.
Presidentes que insultan, amenazan y evitan el debate fundamentado en argumentos, ministros que imitan a sus jefes para congraciarse con ellos, legisladores que convierten los parlamentos en escenarios de pleitos y descalificaciones (hasta los gallos lucen más civilizados en su comportamiento). Como señala Cipolla, “algunos estúpidos causan perjuicios limitados, pero otros provocan daños terribles —no solo a individuos, sino a comunidades o incluso a sociedades enteras”. Además, advierte que la capacidad de daño de una persona estúpida depende en gran medida de la posición de poder u autoridad que ocupa en la sociedad. A diferencia de los malvados o los ingenuos, que suelen tener conciencia de su condición, los estúpidos carecen de autoconciencia —un atributo esencial de la razón y el pensamiento crítico—, lo que hace que sus acciones sean aún más devastadoras al actuar sin inhibiciones ni autocontrol, como sucede en varios proyectos regionales.

