POR: CÉSAR A. CARO JIMÉNEZ
Usualmente se considera que la caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, marcó el fin de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas la cual, desde la década de 1980 mostró señales de desgaste en su sistema político y económico. La economía centralizada estaba en crisis, con altos niveles de corrupción y una falta de eficiencia en la producción. Los ciudadanos soviéticos se enfrentaban a escasez de bienes básicos y a una calidad de vida estancada. Al mismo tiempo, las tensiones étnicas y políticas estaban en aumento, mientras que la influencia soviética en Europa del Este se desvanecía aceleradamente hasta que, en la segunda mitad de 1991, la Unión Soviética se disolvió provocando numerosos procesos de independencia, naciendo o renaciendo varias republicas, como la actual Rusia. Hechos que permitieron que el denominado Consenso de Washington impulsara a nivel mundial una serie de medidas o recomendaciones económicas que se presentaban como la mejor como la mejor fórmula hacia el crecimiento económico, el control de precios y la distribución equitativa. Para la política económica interior, el Consenso recomendaba minimizar el gasto público, los impuestos y las subvenciones, acoger y facilitar la inversión extranjera y local, favorecer a la empresa privada, desregular los precios y los despidos, y asegurar los derechos de propiedad privada, intelectual y de empresa. Para el exterior, prescribía liberalizar las importaciones y exportaciones, y orientar la moneda nacional hacia la competitividad internacional y la exportación no tradicional, recomendaciones que el régimen de Fujimori acató casi al pie y a la letra, en tanto que Chile a pesar de las recomendaciones de los “Chicago Boys”, no privatizó CODELCO, mientras aquí regalábamos a precios de ganga empresas y minas. (Aquí, tengo que relatar que un amigo, al escuchar mis críticas al respecto, me recordó que inicialmente el gobierno fujimorista quiso implantar una política de “ancha base”, designando como ministros a distinguidos personajes de la izquierda democrática como Sánchez Albavera, Amat y León y Gloria Helfer Palacios, pero que ante el desastre económico que había dejado García Pérez, (Solo se contaba con 08 millones de dólares, el terrorismo estaba cada vez más agresivo en medio de una inflación galopante), se tuvo que aceptar al pie y a la letra las “recomendaciones” de las entidades financieras cercanas al Consenso de Washington, lo que el caso de Moquegua significó que se rematasen activos valiosos como la Refinería de Cobre de Ilo y Quellaveco.
Algunos críticos, como el economista estadounidense Jay W. Forrester, han argumentado que el enfoque del Consenso de Washington en tanto agravó las desigualdades sociales y económicas dentro de la URSS, acelerando su colapso, a la vez promovieron en nuestros una mayor desigualdad de ingresos y una concentración de poder en manos de una élite económica.
En contraste, pensadores como Francis Fukuyama, con su teoría del «fin de la historia», argumentaron que el colapso de la URSS marcaba el triunfo definitivo de la democracia liberal y el capitalismo como la forma suprema de gobierno y organización económica. Según Fukuyama, la lucha ideológica entre el comunismo y el capitalismo había llegado a su fin, y la democracia liberal se había establecido como el sistema dominante en todo el mundo.
Sin embargo, la teoría del «fin de la historia» fue objeto de críticas por parte de Samuel Huntington y su obra «Choque de civilizaciones». Huntington sostenía que las civilizaciones, definidas principalmente por diferencias religiosas y culturales, serían las principales fuentes de conflicto en el siglo XXI. Según su teoría, las divisiones profundas entre las civilizaciones occidental, islámica, china y otras, desafiarían la noción de una convergencia hacia la democracia liberal y podrían generar conflictos y tensiones globales, lo que al parecer se está dando en el caso de Israel, que pareciera ser más genocida que la Alemania nazi respecto al pueblo palestino ante la indiferencia real, –las declaraciones no bastan.–, de casi todo el mundo occidental que hace vista gorda ante lo que viene ocurriendo.
En tanto que China ha ido adquiriendo un importante papel en la economía mundial en las últimas décadas. Su crecimiento económico sostenido y sus reservas de capital han posicionado al país como uno de los principales actores globales.
China cuenta con cuantiosas reservas económicas, principalmente en forma de activos internacionales como bonos del Tesoro de Estados Unidos y otras inversiones en el extranjero. Estas reservas, valoradas en miles de millones de dólares, proporcionan al país una gran influencia en la economía mundial y le permiten manejar situaciones de crisis económica.
Además, China viene impulsado la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda, un ambicioso proyecto de desarrollo de infraestructuras que busca fortalecer las conexiones comerciales entre Asia, Europa y África. Mediante la construcción de carreteras, ferrocarriles, puertos y otras obras de infraestructura, China busca aumentar el comercio y la cooperación económica con los países involucrados en la ruta.
Esta iniciativa ofrece numerosas oportunidades para los países participantes, pero también ha generado críticas debido a la dependencia económica y política que podría generar en ellos. Algunos países temen que China ejerza una influencia desmedida sobre ellos, tanto en términos económicos como políticos, lo que pudiera traducirse en la compra de ciertos activos, como por ejemplo a la división minera del Grupo México, posibilidad que analizaremos o imaginaremos en un próximo artículo considerando que China ha sido un inversionista activo en el extranjero y en nuestro país, donde viene adquiriendo numerosas empresas y activos en diversos sectores. Sin embargo, es fundamental analizar cuidadosamente los aspectos legales, regulatorios y estratégicos que podrían surgir de una adquisición de esta magnitud.
Porque en contraste con los antiguos estados, en la actualidad somos mudos testigos de un aumento significativo en el poder y la influencia de las empresas privadas. El crecimiento del poder económico y la globalización han permitido que las industrias privadas trasciendan fronteras y se conviertan en actores clave en la economía mundial, panorama que China, que es dueña principal de todas sus empresas, viene aprovechando muy bien siguiendo –quizás—el axioma marxista que recomienda “desarrollar al máximo el capitalismo, antes de pasar a un estado superior, a la cual la ideología marxista, denomina “socialismo”, procurando no producir demasiadas cosas útiles, porque ello deviene en demasiadas personas inútiles, en tanto poco a poco se compran el mundo utilizando para ello las reglas, normas y estrategias del neoliberalismo.