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1 abril, 2025 9:32 am

El falso dios

No me es difícil aseverar que este mundo inventa nuevos dioses, pero falsos. El progreso es un mero ídolo, porque, como cualquier otro concepto que busca aplicabilidad, debe tener un ideal detrás que lo sostenga, el verdadero, y que muy bien podría yo denominar el bien común.

POR: EIFFEL RAMÍREZ AVILÉS    

Leyendo un libro sobre herejías, se me ocurrió que al autor del mismo se le había pasado un tipo de herejía. Y ahora quiero hablar de ella. Mejor dicho, ahora quiero concentrar todas las baterías de mis palabras para lanzarlas contra la mayor de las herejías de nuestro mundo moderno: la juventud. Resultará difícil aceptar por qué la juventud hoy es un mal. Mi tesis, por supuesto, tiene que ver un poco con la teología.

Todos pensamos que la mejor época de la vida es la que vivimos en esa etapa temprana en que tenemos sueños y buscamos hacerlos realidad. A nuestro favor, tenemos las fuerzas en su cenit. Además, creemos que la juventud nos brinda algo especial: el impulso de cambiar el mundo. Tantas novelas de tantos escritores han romantizado esa sana rebeldía. En nuestro país, González Prada lo inmortalizó con una frase célebre. El hombre joven, así, es el motor de la historia.

Sin embargo, ese ideal de juventud se ha acabado. El joven de ayer estaba ansioso por transformarlo todo, sí, pero era consciente que eso no lo podía hacer sin líderes. El joven de ayer poseía una fuerza descomunal (espiritual y física), pero comprendía que debía encausarla hacia fines ulteriores. El joven de ayer, como enseñaban los sabios griegos, quería, ansiaba intensamente, ser viejo. Un viejo venerable. Pero todo eso se ha terminado, como señalé, con el mundo moderno y sus nuevos dioses.

El mundo moderno y globalizado viene inventando nuevos dioses. Por ejemplo, nos trata de hacer creer que el progreso es el mejor de los ideales posibles. Pretende que pensemos que todo avance tecnológico es mejor en cualquier sentido, y por ello, cada objeto desactualizado viene a convertirse inmediatamente en desechable. Pero a su vez busca disimular el peligro evidente: que quien se estaría convirtiendo en verdad en chatarra es el hombre mismo. ¿Para qué ya un taxista si puede haber un carro totalmente automatizado?

No me es difícil aseverar que este mundo inventa nuevos dioses, pero falsos. El progreso es un mero ídolo, porque, como cualquier otro concepto que busca aplicabilidad, debe tener un ideal detrás que lo sostenga, el verdadero, y que muy bien podría yo denominar el bien común. De nada me sirve la automatización y digitalización del orbe si la vida misma se vuelve basura.

Pero vayamos al dios recientemente instalado en la mente de los humanos: el dios de la juventud. Todos aspiran a ser jóvenes hoy, no importa la edad que se tenga. El niño quiere ser grande para hacerse de aventuras; el joven quiere ser joven eternamente; y el anciano extraña la juventud como una viejecita enamorada. Prenda usted la televisión y no verá ni un rostro arrugado. Viaje a cualquier ciudad y encontrará donde sea una clínica estética. Coja el móvil y hallará en las redes una caterva de jóvenes enloquecidos gritando a todos los vientos que adoran su impagable lozanía.

No hay imagen más triste en este mundo que un muerto o una muerta sepultada con un rostro joven. Pero también no hay nada más terrible que nuestras sociedades monten conferencias en las que los disertadores sean jóvenes hablando de su éxito en la vida y su ejemplo a seguir. Y si esto se ha convertido en una pesadilla es porque a veces pienso que la inteligencia artificial es un joven aconsejándome al oído.

Pero lo dije ya: nos gusta crear falsos e inútiles dioses. El endiosamiento de la juventud es un enorme disparate que me recuerda al becerro de oro de la Biblia. Tan bello y tan adorable, pero a su vez tan vacuo y tan efímero. Aunque hay una diferencia: el joven enamorado de sí mismo es tan quebradizo que no es necesario esperar a ningún irritado Moisés para que se desmorone.

Análisis & Opinión