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22 noviembre, 2024 5:53 pm

El dulce encanto de la incultura

“Para verme con los muertos, ya no voy al camposanto. Busco plazas, no desiertos, para verme con los muertos” - Manuel González Prada.

POR: CÉSAR A. CARO JIMÉNEZ   

Escribo estas líneas con el paraguas ideológico del autor de “Conversación en la catedral”, tras haber observado este último viernes, como nunca jamás, casi totalmente repleta, feliz y alborotada, la Plaza de Armas de Moquegua con el motivo principal de celebrarse en dicha fecha los orígenes de Halloween, que se remontan a hace más de 3000 años, según la Universidad de Oxford, cuando los pueblos celtas de Europa celebraban su año nuevo, llamado Samhain, y que actualmente se conmemora el 1 de noviembre.

En los últimos años, Halloween ha emergido como una celebración con un poder de convocatoria sin precedentes, eclipsando tradiciones locales como el culto a los muertos y los festivales de música criolla. Esta festividad, con su atmósfera festiva y su atractivo comercial, se ha apoderado de la atención del público, haciendo que eventos profundamente arraigados en la cultura y la religiosidad, como la procesión del Señor de los Milagros, queden relegados a un segundo plano.

Al respecto, nuestro Nobel y ensayista Mario Vargas Llosa sostiene en “La civilización del espectáculo”, publicada allá por 2010, que la cultura ha perdido su esencia, convirtiéndose en un mero espectáculo diseñado para satisfacer las demandas de un público que busca experiencias efímeras. En este contexto, Halloween se presenta como un perfecto ejemplo de esta era: una celebración donde la estética y el consumo predominan, dejando pocas huellas culturales de significado profundo, si la comparamos con la música criolla que, aunque rica en historia y emoción, enfrenta un desafío para mantener su relevancia frente a nuevos géneros y movimientos musicales que capturan la atención de las masas, como TikTok.

Y aquí cabe aceptar que la influencia de los medios electrónicos en la difusión de la cultura también es notable. La palabra escrita, que una vez fue el bastión del arte y la filosofía, se enfrenta a un posible ocaso, relegada a un lugar secundario en favor del entretenimiento audiovisual. Esta transformación cultural plantea interrogantes sobre nuestra identidad y la conexión que mantenemos con nuestras tradiciones en una época donde, más que nunca, la diversión parece ocupar el primer plano de nuestras vidas.

Así, el Halloween pareciera que no solo se erige como un símbolo de modernidad, sino también como un reflejo del complejo edificio artístico de la cultura contemporánea, donde el espectáculo y la amenidad superan a los fundamentos religiosos y tradicionales, desdibujando las fronteras de lo que consideramos valioso y perdurable en nuestra sociedad, a tal punto que el autor de “Los cachorros” advierte que “la cultura, en el sentido que tradicionalmente se ha dado a este vocablo, está en nuestros días a punto de desaparecer”, y ello, a su entender, por la banalización de la cultura que ha tenido lugar desde el final de la Segunda Guerra Mundial, por el triunfo del periodismo amarillista escrito y radial, y la frivolidad de la política, que son síntomas de un mal mayor que aqueja a la sociedad contemporánea: la idea temeraria de convertir en bien supremo nuestra natural propensión a divertirnos.

En el pasado, la cultura fue una especie de conciencia que impedía dar la espalda a la realidad. Ahora, actúa como mecanismo de distracción y entretenimiento. La figura del intelectual, que estructuró todo el siglo XX, hoy ha desaparecido del debate público. Aunque algunos firmen manifiestos o participen en polémicas, lo cierto es que su repercusión en la sociedad es mínima.

Conscientes de esta situación, muchos han optado por el discreto silencio. Como buen espíritu incómodo, Vargas Llosa nos entregó una durísima radiografía de nuestro tiempo y nuestra cultura, que está siendo o ya fue reemplazada o desplazada por el deporte, la gastronomía y la música popular; y donde la palabra escrita ha sido condenada a la desaparición total debido al surgimiento de medios electrónicos como el iPad o el e-book, que favorecen la cultura audiovisual, conjuntamente con otras actividades culturales que ya quisieran tener un 5% de la cantidad de personas que estuvieron festejando Halloween, una moderna forma de gozar el pan y el circo de la Roma antigua, y que, sin lugar a dudas, influye en la degradación política debido a la banalización lúdica de la cultura imperante, que ha creado un perverso tándem consistente en: medios de comunicación de entretenimiento, política corrupta y justicia que desatiende sus labores. Solo así se explica que, en las principales encuestas que se realizan, aparezca la política como uno de los problemas que más afectan a sus vidas.

Sin embargo, toda la sociedad está aquejada de este mal de la corrupción, ya que se muestra demasiado laxa en exigir el cumplimiento de las leyes y el rechazo a la corrupción con la protesta pública, por lo que su validez como control del poder es ciertamente limitada.

¡Cuán distinto sería que, ante los conocidos latrocinios y corrupción reinantes, los pobladores salieran a las calles en cantidad y entusiasmo, como en Halloween, a exigir cuentas claras y obras adecuadas!

Pero me temo que los periodistas e intelectuales, al paso que vamos, quedarán totalmente relegados, porque cada día hay menos lectores que se atreven a pensar y protestar, en tanto que se multiplican aquellos que desean solamente divertirse.

Análisis & Opinión