POR: EIFFEL RAMÍREZ AVILÉS
Es seguro afirmar que el expresidente Pedro Castillo cometió un golpe de Estado al disolver el Congreso mediante su mensaje a la nación. Solamente que la variante de Castillo resultó ser patética: se parece a un curioso ladrón que decide asaltar un banco, en pleno centro de la capital, con una pistola de agua. Cuando un verdadero y sagaz dictador quiere dar un golpe de Estado, planifica; lo de Castillo fue lanzar una moneda al aire. Casi nadie le hizo caso y ahora debe afrontar un proceso político y legal que, para este caso, en vez de declararlo culpable, debe condenarle más bien como mal actor.
Sin embargo, el caso Castillo presenta otros ángulos importantes. El primero es la creencia —errónea— de que su caída va a solucionar los problemas del país. Es que aquí no hubo una victoria de las instituciones democráticas, como fanfarronamente vienen anunciando casi todos los jefes de estas últimas. En verdad, Castillo solo fue una apendicitis; la grave enfermedad es otra cosa: la falta de inclusión que hay en el Perú, la enorme desigualdad económica que nos viene hundiendo y la mediocridad de nuestra burocracia que, si no corrompida, es absolutamente parasitaria. Decir, pues, que se ha salvado la democracia es otro huero patriotismo, y es caer casi en la misma ridiculez de lo que ha hecho el brevísimo dictador.
El otro ángulo, el más importante, sobre el que quiero enfatizar es la enorme irresponsabilidad con que se llama a las fuerzas armadas en estos casos. Desde los congresistas hasta el presidente del Tribunal Constitucional, todos, han pedido, con las cejas fruncidas, que las militares asuman una posición. Es decir, que decidan si ponerse del lado de Castillo o de la democracia. Es que, ciertamente, a pesar de lo establecido por el artículo 169° de nuestra Constitución, las fuerzas armadas sí son deliberantes: un brazo armado jamás puede estar excluido de la mesa de decisiones políticas. Esto es así en cualquier Estado del mundo.
Entonces digamos lo siguiente: todo argumento que apele a la intervención de una fuerza armada será siempre irracional. Afirmar que yo tengo la razón señalando un arma en la cintura no tiene fundamento alguno. Además, me preocupa el hecho de que, si miramos en retrospectiva nuestra historia, la institución de las fuerzas armadas ha sido la más golpista que ha habido. ¿Quién dio o respaldó el golpe en 1968 y en 1992? ¿Acaso ha habido un mea culpa de los militares? En el Perú, y en cualquier Estado de frágil democracia, el aparato militar debe ser tomado con mucha prudencia. Los soldados sí leen la Constitución: el problema es en caso la lean de manera distinta a los políticos y ciudadanos.
¿Y qué significa, por último, la figura del expresidente Castillo? La derecha lo odia por haberle arrebatado el poder en las elecciones pasadas, y por ello, aduce que no los representa. La izquierda lo desprecia, porque dizque los ha defraudado, y por eso, también señala que no los representa. En verdad, Castillo sí los representa. Porque tanto la actual derecha como la izquierda han afrontado los vigentes problemas del país como lo ha hecho aquel: tirar la moneda, para ver qué solución sale.