Por: Lic. Yessica C. Rodriguez Torres
Filósofos, psicólogos, sociólogos han escudriñado por años el porqué del continuo errar de la humanidad.
Asimismo, las personas no se detienen en buscar culpables de su infelicidad por causa de sus interminables equívocos y de muchas veces “tropezar de nuevo y con la misma piedra”, como dice la canción de Julio Iglesias.
Y hay más, muchos creyéndose culpables (lo sean total, parcial o inocentes) hacen gala de su masoquismo, pretendiendo hacerse ellos mismos el “haraquiri”, y sí que lo hacen, solo que olvidan que para el universo su auto cobranza no vale ni un peso, o mejor dicho carece de todo valor.
Y solo de refilón haré mención del “efecto rebote”, esa cuota interminable de sufrimiento, fruto de las acciones erradas que los falsos masoquistas cargan a su gente y en muchas ocasiones a la sociedad.
Hoy, sin que la difusión de estos conceptos sea a todo nivel, la gente vive equivocándose y no reconociendo que se equivoca, recordemos que solo los autoritarios no se equivocan (de eso, ellos están absolutamente seguros) porque para equivocarse uno tiene que aceptar que no es dueño de la verdad.
Y luego decimos que no queremos un régimen autoritario, para qué más, si estamos conviviendo con dictadorzuelos de sí mismos y de su entorno.
Para no ser dueños de la verdad es preciso cambiar de opinión, ver la vida desde otro ángulo, desde otra perspectiva. Este cambio tan sustancial en grandes y pequeños es difícil de aceptar y más difícil de actuar.
Es por ello que los dueños de la verdad se excusan con mil interpretaciones de su error, de su forma de actuar, siempre pasándola por su “perfecta visión de la vida”.
Algunas personas, cuando actúan equivocadamente, “se hunden hasta lo más profundo”, difícil de salir de allí, porque demanda sacar fuerzas de donde no hay; y con pena debo mencionar que muchos se quedan en el fango, no queriendo salir de allí, muchas veces por comodidad. Absurdo, pero cierto.
Otros encuentran en ellos mismos sus propios héroes y heroínas, que a punta de auto puntapiés salen cual ave fénix, pero esta vez de su prisión, se sacuden el barro, dan unos pasos y se echan a volar.