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23 noviembre, 2024 4:20 am

El colegio San José De Moquegua

La presencia del colegio, en el que se enseñaban las materias agrupadas en el trívium y el quadrivium, atrajo a la juventud hasta Tarapacá.

POR: GUSTAVO VALCÁRCEL SALAS   

El 5 de octubre se han cumplido trescientos trece años de la fundación del Colegio San José de Moquegua. Fue creado por cédula real de su majestad Felipe V en 1711. Hoy es la I.E.E Simón Bolívar. Es uno de los planteles más antiguos y de mayor trayectoria en el país.

Hacía un siglo que el valle empezó a hacerse famoso por la producción de vino y a inicios del siglo XVIII por el aguardiente. Se comercializaban ventajosamente en los pueblos del Alto Perú. Entonces se empezó a disfrutar de una época de bonanza.

Prosperidad que se refleja en la construcción de cuatro templos y numerosas capillas para dar gracias a Dios y a los santos, todos ellos adornados lujosamente; un hospital que fue el único hasta Tarapacá. Surge una aristocracia que competía en lujos que lucían en el vestir, en la vajilla, en sus amplias casonas en el campo y en la villa, en llevar una vida en medio de la opulencia…

Como lúcido representante de esa sociedad, José Hurtado de Ichagoyen hizo donación de su casa de vivienda en la villa de Moquegua donde debía edificarse el colegio, así como entregó el viñedo que tenía en el fundo de Yaravico más la bodega y todo lo concerniente a la elaboración de vino y aguardiente, con cuyas rentas pudiera sostenerse, además agregó diez mil pesos para iniciar su construcción.

Todo estaba destinado para la creación del colegio en el que se eduque la juventud. Debía llamarse San José y estar regido por los jesuitas, que eran los que mejor conducían la educación en la cristiandad. No deseaba mayor recompensa que recen por su alma.

Tan buena fue la acogida que tuvo, que pronto diversos vecinos, siguiendo su ejemplar filantropía, se sumaron con una diversidad de donaciones para incrementar el área del plantel, o bien para colaborar en edificar el templo.

La presencia del colegio, en el que se enseñaban las materias agrupadas en el trívium y el quadrivium, atrajo a la juventud hasta Tarapacá.

Para facilitar el acceso a los estudiantes fue necesario modificar el trazo urbano de la villa. Se abrieron nuevas calles y se habilitó terrenos para ampliar la fábrica del colegio. No hay duda, con la presencia del colegio, se inicia una etapa en la historia de Moquegua.

Los jesuitas fueron muy bien recibidos y les fue tan bien que no tardaron en adquirir el fundo de Santo Domingo, dedicado al sembrío de la vid y a la elaboración del vino y aguardiente; en Ilo compraron la hacienda de Chiviquina que pusieron bajo la advocación de la Virgen de Loreto, la dedicaron al cultivo de la caña, a la elaboración de chancaca, miel y azúcar; además adquirieron algunas propiedades en la villa para diversos usos.

Funcionó administrado por los jesuitas hasta 1767, cuando fueron expatriados de todo el reino. El 17 de setiembre de ese año se marcharon de Moquegua. Al momento de retirarse todos sus bienes fueron expropiados. Algunos de los proyectados edificios quedaron inconclusos, no pocos de ellos maltratados por la violencia de los frecuentes sismos. El Colegio que dejaron tenía 8 aposentos, 8 cuartos, un refectorio, cocina y las oficinas que permitían el funcionamiento del plantel.

Siete años después, el legado que con tanta lucidez y desprendimiento hiciera José Hurtado de Ichagoyen, no cumplía los fines para los que fue destinado. Se hacía indispensable que volviera a funcionar, que la educación de los jóvenes no se interrumpiera. Fue entregado a los franciscanos y se reabre con el nombre de Colegio de Propaganda Fide.

Análisis & Opinión