POR: GUSTAVO VALCÁRCEL SALAS
El capitán José Hurtado de Ichagoyen, familiar del Santo Oficio de la Inquisición de la villa de Moquegua, donde había nacido, por testamento del 1 de setiembre de 1708 dispone la fundación del Colegio San José, que debía estar regentado por jesuitas, sin más gravamen que lo encomienden a Dios, hagan bien a los pobres, prediquen y enseñen su santa ley.
Para tal efecto dona su hacienda viñatera y bodega de Yaravico, equipada con todo lo concerniente para elaborar vinos y aguardientes, valorizada en ciento diecisiete mil ochenta pesos y seis reales, además la casa que tenía en la villa de Moquegua, a ello se sumaban diez mil pesos para comenzar a edificarlo.
Daba un plazo de ocho años para su instalación, precisaba que en caso de no llevarse a cabo la donación debía destinarse para un colegio de recoletos franciscanos. Su afán persistente y manifestado con claridad, que se educara la juventud.
No demora en viajar a Moquegua el padre Luis de Andrade “para dar cumplimiento a la voluntad del donante, y se consiga el bien espiritual que se desea para los vecinos de la villa y buena educación de la juventud de ella, que por falta de instrucción se malogra, y que aceptaba el legado para fundar religión de la Compañía de Jesús, con el fin de que enseñen, doctrinen, confiesen, prediquen y ejerzan los demás ministerios de su instituto”.
Su medio hermano y albacea Pedro Hurtado Zapata hizo efectiva la donación.
El corregidor y justicia mayor, el cabildo, el alcalde ordinario, el fiel ejecutor y regidor perpetuo, de consuno se dirigen al virrey y al rey solicitando la autorización real.
Su regia majestad Felipe V, que acompañado de la augusta familia trasladó toda la corte a Corella, al sur de Navarra, no tarda en acoger tan justos y repetidos ruegos de sus súbditos de la villa de Moquegua, y el 5 de octubre de 1711 con soberano beneplácito expide la cédula real por la que ordena “doy y concedo licencia a la Compañía de Jesús para que pueda fundar un colegio en la villa de Moquegua, con las haciendas que donó para este fin don Joseph Hurtado Ichagoyen, para la crianza y educación de la juventud y enseñanza de las primeras letras de todo aquel obispado, que será de mucho bien espiritual a mis súbditos, que tanto lo han deseado y desean”, más aun considerando que para su funcionamiento no se vería afectada con gravamen alguno su real hacienda, pues el fundador la dotaba de los bienes necesarios.
El padre Pedro del Río, procurador general de la Compañía de Jesús, se encarga de que se cumpla lo ordenado por su alteza y se haga guardar y cumplir lo dispuesto en el real despacho, y encarga se den las órdenes para su observancia sin la menor innovación.
Tan feliz y esperado suceso movilizó a la población en apoyo de la creación del colegio.
El Cabildo en 1709 compró un terreno adyacente para la «santa fundación que deseamos se perfeccione y acabe para el servicio de Dios y provecho de nuestras almas». En 1710 se compra un solar de Bernardo Yánez de Montenegro para la ampliación del Colegio. Para facilitar el acceso a los estudiantes, se hace necesario modificar la traza de la villa. En 1711 se abran tres calles travesías a la calle larga donde está edificado el plantel.
La constante preocupación por un mejor servicio llevó a los clérigos a continuar creciendo. Hicieron compras de terrenos adyacentes, efectuaron permutas y nuevas construcciones, adquisiciones y edificaciones gracias al legado que dejó su venerable fundador, dejando con su gesto un imperecedero ejemplo seguido con continuas limosnas y legados.
Gracias a José Hurtado de Ichagoyen y al colegio que funda, Moquegua empieza a vivir una nueva época en el siglo de las luces y de la ilustración.