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jueves, septiembre 4, 2025

El caudillo Luis Sánchez Cerro

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Por: Arnulfo Benavente Diaz

Luis Miguel Sánchez Cerro nació en Piura, en el seno de una familia de clase media. Desde joven se inclinó por la carrera militar, formándose en la Escuela Militar de Chorrillos. Su carácter y visión se forjaron en campañas y conflictos bélicos, lo que lo llevó a ganar protagonismo en el escenario político nacional.

En agosto de 1930, tras once años de gobierno de Augusto B. Leguía, el país vivía una crisis política, económica y social. El autoritarismo, la corrupción, los tratados limítrofes con Colombia y Chile que implicaron cesiones territoriales, y el impacto de la crisis mundial de 1929 debilitaron al régimen.

Ante este escenario, el 22 de agosto Sánchez Cerro encabezó un levantamiento en Arequipa que rápidamente se extendió al sur y llegó a Lima. La renuncia de Leguía el 25 de agosto marcó el inicio de una Junta de Gobierno Militar dirigida por Sánchez Cerro.

En las elecciones de 1931, se consolidó como presidente tras obtener el 50.75% de los votos con su partido, la Unión Revolucionaria. Superó a Víctor Raúl Haya de la Torre, líder del Partido Aprista, que alcanzó el 35.38%. Su triunfo reflejó el respaldo de amplios sectores descontentos con el régimen anterior y su capacidad de conectar con el pueblo mediante un discurso populista.

Sin embargo, su gobierno estuvo marcado por tensiones y enfrentamientos. En julio de 1932 estalló la rebelión aprista en Trujillo, donde militantes tomaron el cuartel O’Donovan. El levantamiento fue sofocado con dureza y se instauró un tribunal marcial que condenó a muerte a más de un centenar de prisioneros. De ellos, 42 fueron fusilados en la ciudadela de Chan Chan, obligados incluso a cavar sus propias tumbas. Este episodio reflejó el carácter represivo del régimen, centrado en la persecución de comunistas y apristas.

Durante su breve mandato, Sánchez Cerro intentó implementar políticas para enfrentar la crisis económica y modernizar el país, aunque el clima de polarización y violencia marcó toda su gestión. Su liderazgo generaba adhesiones fervorosas y rechazos radicales, en un contexto de gran inestabilidad política.

El 30 de abril de 1933, mientras pasaba revista a tropas en el hipódromo de Santa Beatriz en Lima, fue asesinado por Abelardo de Mendoza, militante aprista. Su muerte precipitó cambios inmediatos: el Congreso nombró a Óscar R. Benavides como sucesor y poco después se firmó la paz con Colombia, cerrando un capítulo de tensiones territoriales.

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