Por: Mauricio Aguirre Corvalán
En pocas semanas, el candidato Rafael López Aliaga logró pasar del modo “otros” a estar disputando la posibilidad de llegar a la segunda vuelta en las elecciones del 11 de abril. Si bien el escenario electoral de hoy en distinto al de hace 30 años, el candidato de Renovación Popular ha conseguido ser la sorpresa de esta contienda con los mismos argumentos con los que en ese entonces el desconocido Alberto Fujimori logró en pocas semanas un explosivo crecimiento en la intención de voto que lo llevó a la segunda vuelta en 1990, para luego ganar las elecciones y convertirse en presidente.
Es verdad que en 1990 Alberto Fujimori apareció en las encuestas sólo dos semanas antes de la elección, lapso en el que creció del 1% al 29% de votos válidos, en lo que hasta ahora es la mayor sorpresa electoral desde que se reinstauró la democracia en 1980. En el caso de Rafael López Aliaga, su aparición en las encuestas se ha producido en febrero y el gran salto lo dio en marzo, donde ya aparece disputando voto a voto el pase a la segunda vuelta con otros tres candidatos.
En 1990 la irrupción de Fujimori fue rápida y en poco tiempo, lo que hizo difícil que el fenómeno en sí y el pasado del candidato pudieran ser minuciosamente escudriñados por la prensa y los equipos de campaña de los otros candidatos. Ese año, la sorpresa fue un factor clave para llegar a la segunda vuelta.
En la actual elección, la situación de López Aliaga es distinta, y no sólo por el tiempo como factor sorpresa. El candidato celeste está expuesto al escrutinio público desde febrero, varias semanas antes del día de las elecciones en un contexto, además, donde la información está globalizada y circula con mucha rapidez, y donde la campaña está bastante disputada y la intención de voto es todavía muy fragmentada.
Sin embargo, pese a los escenarios disímiles de 1990 y 2021, hay elementos que vinculan ambos y que López Aliaga ha capitalizado a su favor para intentar convertirse en el Alberto Fujimori del 2021.
En 1990 terminaba el primer gobierno de Alan García, que además del desastre económico, estaba plagado de denuncias por corrupción y se despedía con una percepción de la opinión pública de que sus autoridades, incluido el presidente, se habían levantado el país en peso. En ese escenario, el ingeniero japonés con su slogan “honradez, tecnología y trabajo” logró capturar en tiempo récord el voto de un ciudadano desencantado y que desconfiaba de la millonaria maquinaria detrás del otro candidato, el derechista Mario Vargas Llosa.
Treinta años después, la corrupción sigue siendo un tema central en la agenda política, y sobre todo en esta campaña después de lo vomitivo que resultó ser el caso Odebrecht, que ha llegado a tener a todos los expresidentes procesados por corrupción, y encima por el desencanto que resultó ser Martín Vizcarra, quien después de irrogarse la lucha contra la corrupción, parece destinado a seguir el camino de sus colegas a lo que tanto denostó, justamente por ser corruptos.
En el escenario del 2021, López Aliaga ha descubierto que revivir el “honradez, tecnología y trabajo” camuflado bajo otro ropaje puede ser muy beneficioso para capturar el desencanto de la gente cansada de la misma clase política que hace 30 años les ofrece más de lo mismo.
López Aliaga justamente ha hecho de Odebrecht su principal caballito de batalla electoral en la lucha contra la corrupción. “Los voy a botar a patadas”, anuncia cada vez que aparece en una entrevista o en un acto de campaña. Nos está diciendo que él si es honrado porque desprecia a los corruptos, cosa que ningún otro candidato hace de manera tan explícita.
Cada vez que puede, y sobre todo en sus monólogos en las entrevistas en Willax, habla de modernizar el Perú con la construcción de mega obras como un tren de Tumbes a Tacna y súper autopistas que atraviesen todo el país, además de ofrecer tecnología de última generación para que todos los escolares puedan estudiar a distancia, y no tengan que utilizar “esas tablets compradas por el gobierno que no sirven para nada”.
Ofrece también trabajo masivo. Asegura que un integrante de cada familia en extrema pobreza tendrá trabajo en los gobiernos locales en “obras de gran impacto social y servicio público”, además de los empleos que generarán las mega obras que planea emprender si llega a la presidencia.
El gordito celeste es en realidad el chinito naranja con otro ropaje.