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21 julio, 2025 3:37 pm

Derecha e izquierda: dos estilos de corrupción

“La corrupción y la hipocresía no deberían ser productos inevitables de la democracia, como sin duda lo son hoy.” – Mahatma Gandhi

POR: CÉSAR A. CARO JIMÉNEZ

Desde la Revolución Francesa, cuando los defensores de la monarquía se agruparon en la parte derecha y los revolucionarios en la izquierda de la Asamblea Nacional, la distinción entre derecha e izquierda ha servido como una orientación básica para entender el pensamiento político. Sin embargo, esta clasificación ha evolucionado y se ha convertido en una categoría relativa, influenciada por diferentes culturas, regiones y contextos históricos.

Por ejemplo, ser de izquierda o derecha en Suecia difiere mucho de hacerlo en Estados Unidos, o en países musulmanes frente a naciones laicas. A pesar de estas variaciones, ciertos valores, nociones y visiones de la sociedad siguen diferenciando estas dos posiciones: la izquierda tradicionalmente se asocia con la búsqueda de igualdad social, justicia, derechos laborales y mayor intervención estatal, mientras que la derecha suele defender la libertad individual, el orden, la propiedad privada y un menor rol del Estado en la economía.

No obstante, en la política institucional contemporánea, esta diferenciación ha perdido cada vez más su significado original. Aunque aún podemos distinguir ciertos movimientos sociales, discursos y posturas filosóficas que se sitúan en uno u otro extremo, en la práctica electoral los resultados parecen converger en políticas de centro-derecha moderadas. Independientemente del signo político que elijamos, las decisiones tienden a favorecer a las élites económicas, promoviendo políticas que priorizan los intereses del capital, minimizan las regulaciones y mantienen infraestructuras básicas para garantizar la estabilidad del sistema, pero sin abordar de fondo las desigualdades o los problemas estructurales. En esta dinámica, las políticas públicas se subordinan a las demandas del mercado, dejando en segundo plano cuestiones relacionadas con la justicia social y la protección medioambiental.

Las raíces de esta situación se encuentran en los fracasos históricos de las diferentes corrientes de la izquierda, que han contribuido a que la derecha haya logrado consolidarse sin alternativas reales de cambio. En primer lugar, el anarquismo libertario, con sus ideales de autogestión y rechazo a todo tipo de autoridad, nunca ha logrado materializar sus principios en una práctica efectiva, enfrentándose a una hostilidad tanto de la derecha como de la izquierda, además de carecer de propuestas organizativas viables a gran escala.

La socialdemocracia, por su parte, despertó grandes esperanzas en la segunda mitad del siglo XX, especialmente en los llamados “treinta años gloriosos” del capitalismo, años previos a la caída de la URSS y la denominada cortina de hierro, cuando las políticas de bienestar lograron reducir las desigualdades y mejorar la calidad de vida en varios países occidentales. Sin embargo, a partir de los años setenta, el crecimiento económico empezó a desacelerarse, y el modelo socialdemócrata mostró sus limitaciones: los ingresos fiscales disminuyeron, dificultando la financiación de los derechos sociales, mientras que la burocracia estatal creció sin poder sostenerse en un contexto de crisis fiscal y de desigualdades persistentes. La globalización y la liberalización del capital, que desplazaron la autoridad del Estado-nación, marcaron el fin de la era de la socialdemocracia clásica, dejándola vulnerable frente a los intereses del mercado global.

Por último, la caída del Muro de Berlín en 1989 simbolizó el colapso definitivo del modelo comunista soviético, una tercera corriente que, aunque diferente en sus fundamentos, también fracasó en ofrecer una alternativa viable al capitalismo. El comunismo soviético, con su autoritarismo y su economía centralizada, dejó un legado de destrucción y desilusión que favoreció la hegemonía de las políticas neoliberales y la consolidación de la derecha en muchas partes del mundo, a tal punto que la historia reciente nos revela que tanto las ideas de izquierda como las de izquierda radical han enfrentado obstáculos insuperables para transformar sustancialmente las estructuras sociales y económicas.

La pérdida de credibilidad de estas corrientes ha favorecido un escenario en el que la derecha, en sus diversas formas, ha logrado consolidarse como la opción predominante, muchas veces sin ofrecer verdaderas alternativas al statu quo. La verdadera lucha ahora consiste en frenar los procesos de corrupción, que no solo se expresan en casos de abusos y enriquecimiento ilícito, sino también en la captura de los aparatos políticos por parte de intereses económicos que deterioran la democracia y perpetúan la desigualdad.

La clave está en revitalizar la política, en promover formas de organización que superen los modelos tradicionales y en construir un proyecto que priorice la justicia social, el medio ambiente y la participación ciudadana, en un contexto donde las nociones de derecha e izquierda no deben entenderse solo como etiquetas, sino como categorías en constante transformación y lucha por el poder y los valores sociales. Pero no en payasadas como ocurre con el actual proceso electoral.

Análisis & Opinión