POR: VICENTE ANTONIO ZEBALLOS NÚÑEZ
Acontecimientos de estos últimos días, más allá del impacto social, nos dejan pasmados, por colocar a los medios de comunicación en evidencia, offside en términos futbolísticos; y claro que eran una realidad que nuestra pasiva y complaciente actitud abiertamente lo aceptaba y la hacía suya, al final no nos afectaba directamente y la vida para adelante, cuando gradualmente va minando nuestra esencia democrática.
Los medios de comunicación, asumen un rol determinante en nuestro fortalecimiento institucional, algunos lo catalogan como el poder más decisorio frente a la ciudadanía, puede colocar autoridades como puede destituirlas, y nos sucedió en estos últimos años, acudiendo a una magnificación de los hechos, minimizando denuncias o ridiculizando gestiones, haciendo del morbo popular su razón; y claro su poder no es directo, generan tal exacerbación ciudadana, que condicionan y orientan las decisiones. En el caso de la administración de justicia, algunos académicos nos hablan de justicia paralela o justicia mediática, si los ciudadanos emiten una opinión colectica, cuasi uniforme, influenciado por la orientación de los medios, difícilmente quien resuelve los casos va a contradecir la sentencia popular, ante el temor de acusarlo de estar favoreciendo al imputado, recibido “coima” o no estar capacitado para la función.
Ni que decir de las redes sociales, los bulos, las teorías de la conspiración y tantas manifestaciones más, se adueñan de la verdad, la desdibujan, la destruyen y al llegar a la masa de incautos, ya se encuentra consolidada constituida como verdad absoluta, irrebatible, con poco o nulo espacio para liberar una rendija de soporte, se repite, atosiga, se adueña y desde ese poder de dominio, ya asentado, impone sus decisiones, de lo que sacan grandes provechos los populismos de todo calibre. Aunque valgan verdades, en nuestro país, no ha llegado a la dimensión de democracias más solventes que la nuestra, aunque parezca paradójico.
Un inefable Andrés Hurtado, apelando al espacio televisivo sabatino que le brindaba un reconocido medio de comunicación, fue puesto en evidencia a raíz de una trifulca familiar, por descontado cuentas no claras, que desnudo una vez más nuestra lamentable institucionalidad, favores, coimas, absoluciones en distintas instancias públicas, en particular administración de justicia y lideres políticos, que con actitudes pretensiosas-no podemos decir ingenuidad-optaron por ser en extremo condescendientes con este personaje, quien explotando al máximo, esas relaciones de poder, lucraba, convirtiéndolo en un negocio muy rentable, pues sus “desprendidas” intermediaciones implicaban importantes ingresos.
Pero, más aún, dotado de “poderes extraterrestres” e iluminado por el destino ¿?, fungía de asesor político, teniendo la osadía de proponer públicamente, obvio en su programa, sus candidatos políticos favoritos, sus prospectos políticos o los políticos que le generaban simpatía; y todos ellos, le deben una respuesta al país, que favor o que costo tuvo cada una de sus presentaciones, porque dado el contexto de fondo, este personaje ya supero la clásica percepción de “delincuentes de cuello y corbata”, esta es una renovación a los tiempos presentes, de una delincuencia soterrada, confundida entre opinión pública y latrocinio.
Y de inmediato, se nos refresca lo suscitado con el periodista Mauricio Fernandini, quien pasó diez meses de carcelería efectiva, tuvo un comportamiento similar, apelando a su ascendencia como periodista de un medio serio y él también lo era, por lo menos hasta que le explotó la denuncia, aprovecho para intermediar ante los engranajes de la administración pública y obtener beneficios a favor de una empresaria inmobiliaria, que bajo el argumento de la “vivienda social”, hizo lo que le vino en gana, para exponer las debilidades del Estado y recabar ingentes recursos económicos.
Está claro que no son hechos aislados, el tiempo nos dará la oportunidad de ir destapando esta suciedad que se ha apropiado de la verdad, de la decencia política, de la ética y transparencia ante los ciudadanos. Ya ad portas, de elecciones generales, es de legítimo derecho preguntarse cuál será el devenir de los distintos programas, aparentemente distractivos; hace buen tiempo se prohibía la propaganda subliminal, aquella que, tras un mensaje general e inocuo, lleva oculto un mensaje en letras pequeñas, que va neutralizando el libre pensar y decidir del elector, que con expectativa y honestidad entrega su atención y convicciones. No creo que en su momento Pablo de Madalengoitia o Augusto Ferrando, aunque resulte odiosa la comparación, tras las bambalinas de su performance televisiva, rondaban los grandes despachos empresariales o políticos, para cobrar regularmente su comentario u opinión que expresaron en su respectivo programa.
No hay duda, que somos innovadores, aunque maliciosos. No es suficiente la supervisión sobre la propaganda electoral, que también en gran parte subvenciona el Estado, que difunden los medios de comunicación especialmente radiales y televisivos, ahora tendremos que estar pendientes de la actuación de cada protagonista que en sus programas masivos, formulan una invitación, expresan una elocuente apreciación o una inadvertida opinión, pueden estar cargadas de intereses mezquinos, mejor dicho “dinero fresco”, en la expectativa de tener ascendencia en los ciudadanos, quienes en su incauta atención, pudieran estar asumiéndolo como propio.
Nos tratan de idiotas, pues tal personaje se desenvolvía como dueño de un escenario teatral llamado Perú, una arrogancia insultante, una prepotencia miserable, y para insistir en sus peculiaridades mostrarse como un auténtico “divo”. Sin mucha distancia, hay también una clase política que se muestra con similares características, sintiéndose los dueños del Perú, como lo diría Carlos Malpica, sin sensibilidad y compromiso y a mucho desparpajo, decidiendo por y para sus intereses. Este caso, no debe ser asumido como una circunstancia más en nuestra golpeada democracia, más bien debe permitirnos un miramiento más profundo sobre los reales poderes fácticos, que manipulando la incauta atención ciudadana permiten que gradualmente vaya calando en sus valores y decisiones; esta es pues una clara mediatización de nuestra democracia.