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24 noviembre, 2024 8:43 pm

Democracia bajo cuidados intensivos

Nuestra democracia representativa está en problemas, desde tiempo atrás, pero hoy es más agudo.

POR: VICENTE ANTONIO ZEBALLOS SALINAS     

Steve Levistsky y Daniel Ziblatt, hace algunos años, nos entregaban su ensayo: “Como mueren las democracias”, recogemos de ésta la premisa que pareciera estar construida para nuestra realidad cotidiana “los asesinos de la democracia utilizan las propias instituciones de la democracia de manera gradual, sutil e incluso legal para liquidarla”.

Bukele, elegido democráticamente, se auto habilita con la parsimonia del sistema para reelegirse y es uno de los presidentes de mayor aceptación popular en el mundo, bajo una engañosa seguridad ciudad que soslaya libertades ciudadanas, referencia en muchas latitudes para impulsar firmeza, por no decir autoritarismo, así el ecuatoriano Daniel Noboa con atrevimiento rompe con principios básicos del derecho internacional. Un hecho que no deja de llamarnos la atención, es el caso español, donde un partido que quedó relegado en las votaciones generales, se convierte en arbitro de la gobernabilidad e imponiendo condiciones que han puesto en zozobra a la comunidad política. Y no pasemos por alto, que el autogolpe de Fujimori, contó con importante apoyo ciudadano, sin advertir en que se convertiría pronto.

Se enfatiza que, con todos sus defectos, la democracia, es la mejor forma de gobierno, encasillada en los conceptos clásicos, representación ciudadana, alternancia, oportunidad y desarrollo, nos encontramos hoy con un sistema que está al límite, son manifiestas sus incapacidades para atender y solventar las demandas ciudadanas, siendo su principal fuente para el desconcierto, desprestigio y desapego ciudadano. Miquel Casals Roma escribía: “¿Qué les sucedió́ a las flamantes democracias surgidas tras la Independencia de los USA y la Revolución francesa? Que nada humano dura para siempre. Los sistemas políticos tienen su ciclo, como una manzana y el nuestro está más que podrido”. En la objetividad de su análisis el premio nobel Joseph Stiglitz, en un reciente libro explicaba que, a los desastres naturales, terremotos, inundaciones, volcanes, debemos añadirle aquel provocado por el hombre, que es la desigualdad, insumo clave de la crisis de legitimidad de nuestra democracia.

En ese contexto, se viene con toda la ultraderecha, apelando a los formatos democráticos, aunque instrumentalizándolos para descalificarla por su ineficacia, dejando como alternativa de eficiencia al autoritarismo, soslayando instituciones y libertades, bajo la perspectiva de entregarle al ciudadano lo que en democracia no está a su alcance.

Si la democracia está cansada, agotada, enferma, la medicina es más democracia; aunque suene a ironía, Javier Cercas nos decía, la tarea es democratizar la democracia. Los viejos esquemas democráticos no son suficientes, no estamos descalificándolos, la dinámica acelerada en la que está comprometida la sociedad, los apretados adelantos científicos, el agresivo desarrollo tecnológico, ha permitido sostener y acrecentar las posiciones antidemocráticas, sin dar cabida a que ésta reaccione a su letargo, se enmiende y se encamine por su esencia, las personas y su dignidad.

Entonces, la respuesta es devolverle a una renovada democracia su irrenunciable valor: igualdad, justicia, legitimidad y especialmente eficiencia. Ya ni nos sorprende que, en las encuestas de opinión, la mayoría de ciudadanos se sientan indistintamente identificados con una democracia o cualquier otro sistema, porque están a la búsqueda de un sistema que responda a sus expectativas de tranquilidad, seguridad y oportunidad, sin que le este limitado dar un paso adelante al encuentro de sus anhelos, partiendo de sus propias capacidades. El Covid-19, permitió poner en evidencia la más clamorosa ineficiencia de un Estado podrido en la corrupción, burocratismo, elitista e insensible, sin capacidades para implementar políticas públicas que ponga por delante al ciudadano.

Nuestra democracia necesita de sí misma, y el primer paso es hacerse más abierta, participativa, facilitar el involucramiento ciudadano, de manera activa y dinámica, que asuma la cosa pública como deber ciudadano, impulsar, gestionar, auditar, orientar y decidir, bajo un auténtico ejercicio de ciudadanía. La política no es sucia, la clase política es la que la envuelve en podredumbre; el motor de la política son los ciudadanos, porque a ellos se dirige, de ellos surge y ellos son los que deben decidir. Diversos impulsos ciudadanos quedaron a mitad de camino, gano la desidia y los miedos, la política convoca a gente honesta, proba, capaz, desprendida, responsable, y claro que lo que tenemos no encuadra en estas exigencias, porque se renuncia a asumir esa obligación ciudadana, dejando el escenario libre para la actuación de los de siempre.

Pero, también, la no alteración de este condescendiente statu quo, y ante la inercia ciudadana, se dan por las normas electorales, que reducen cada vez más los espacios para una participación política alternativa y transparente, que facilite una necesaria renovación política, negándose el derecho a opiniones y liderazgos que sacudan el estado de cosas, que viene condenando a nuestra democracia a la ineficacia.

El marketing político derrotó a las ideas y programas políticos, y en nuestro país ejemplos por doquier; en consecuencia, es la agresiva información, que finalmente condiciona y define nuestra “elección democrática”. Nuestra sensibilidad política, no nos quiere hacer ver que son los grandes medios de comunicación social, con un soporte financiero de los poderes fácticos, van perfilando en los electores las preferencias que responden a sus propios intereses; y ni que decir de las redes sociales, su masificación e inmediatez, es un actor importante en las definiciones ciudadanas, pero también responden a un codicioso esquema financiero.

Nuestra democracia representativa está en problemas, desde tiempo atrás, pero hoy es más agudo. Estamos convencidos de sus potencialidades, pero también de sus graves limitaciones que la colocan en entredicho ante los ciudadanos y como carne de cultivo ante sus enemigos, por lo que es imprescindible su fortalecimiento, y esta responsabilidad descansa en su protagonista principal, que son los ciudadanos, más y mejor democracia, con mayor activismo ciudadano, que no nos gane la pasividad ni la indiferencia, la democracia nos propone ser intérpretes de nuestro destino. En esta situación límite en la que está inmersa nuestra democracia, no cuentan las posiciones frías y calculadas, no sirven los neutrales, suena a complacencia.

¿Y cómo vamos por casa? Alberto Vergara, siempre concluyente, anota: las democracias suelen sucumbir ante tiranos formidables, mientras que la peruana está muriendo de insignificancia.

Análisis & Opinión