POR: VICENTE ANTONIO ZEBALLOS SALINAS
El proceso electoral 2026 marcha impasible. El 2 de agosto fue el límite para las alianzas electorales, y cuando se esperaba un número importante para constituirlas, estas fueron reducidas. De los 43 partidos habilitados, aunque por allí podría sumarse uno más, solo 11 lo hicieron. Por consiguiente, quedan: 32 partidos y 5 alianzas electorales; más explícito, elegiremos a nuestra máxima autoridad dentro de una oferta política de 37 planchas presidenciales. Poco usual, pero muy propio de estos tiempos de convulsión política y de inestabilidad institucional.
Los cambios a las normas electorales recogen sus consecuencias, pues si bien en los próximos meses iremos a elecciones primarias, estas fueron gravemente alteradas: solo queda el nombre y otra vez los caciques o directivas partidarias serán quienes definan sus candidatos.
Sin embargo, un tema nada menor es que, en las elecciones primarias —en su normativa original—, se establecía una verdadera barrera electoral: aquellas agrupaciones que no superaban el 1.5% de votos válidos no ingresaban a las elecciones generales. Diversos analistas concluían que no serían más de 12 agrupaciones las que lo lograrían. Bueno, allí están las cuatro decenas de agrupaciones en sus expectativas electorales.
Y hablando de expectativas, ¿consideran todas las organizaciones políticas participantes que recabarán un importante caudal electoral y, por ende, ganar la presidencia o una buena representación parlamentaria? Al parecer sí, aunque desde un ángulo objetivo digamos que no.
En un afán de supervivencia política, considerábamos que forzarían alianzas electorales, porque individualmente deben superar el 5% y, si no, son expectorados del padrón electoral. Más aún ahora que ya no es tan sencillo constituir una agrupación, pues del 0.1% de afiliados se pasó a exigir el 3%.
Muchos recogen tras de sí cierto mesianismo para autocalificarse como los convocados por el destino para liderar el país, sin el más mínimo grado de conocimiento de la gestión pública o de la realidad nacional. Quizás los impulse el inadvertido arribo de Fujimori o del propio Castillo a las arenas de la política —verdaderos outsiders—, o la lectura pragmática de la atomización electoral, que generará una manifiesta fragmentación, con espacio para todos.
De los partidos tradicionales, recuperaron su inscripción el Apra y el PPC. El primero irá con candidatos propios; se espera una lucha “fraterna”. El PPC, esta vez, irá en alianza con la organización Unidad y Paz, luego de su infructuosa tentativa de candidatura propia. Con pomposas actividades de promoción a sus candidatos, uno tras otro fueron desmarcándose.
Acción Popular solo queda como la caricatura de lo que fue el liderazgo de Fernando Belaúnde. El fujimorismo, de seguro, lo intentará por cuarta vez con su lideresa, asumiendo sus pasivos, pero especialmente su deplorable presente, del que no se librará APP, que sin disimulo acompaña el gobierno de la señora Boluarte. Vicente Alanoca intenta un perfil diferente para la izquierda de siempre; Alfonso López-Chau enarbola la bandera centrista. Son singulares intentos que no alcanzan a levantar la efervescencia de las masas. Del resto, poco que anotar, en un contexto político de incertidumbre, desapego ciudadano y débil institucionalidad.
La puesta en escena de las organizaciones participantes, sin definir aún sus candidatos, nos permite ir visualizando una fragmentada representación parlamentaria, más desvariada que la presente. Y tomando en cuenta un nuevo espacio de representación como el Senado, nada garantiza la reclamada cámara madura y reflexiva.
Las reglas de juego innovadas incidieron para que haya un número mayor de legisladores, bajo el argumento de “mejorar la representación”, sin abordar temas de fondo. Y en efecto, estamos notificados de que, cualquiera que sea elegido presidente, no tendrá una suficiente representación parlamentaria, lo que coloca —una vez más— en entredicho la gobernabilidad. Con la ingrata experiencia del presente, con facilidad se instituirá el empoderamiento del Congreso.
Un hecho que no puede pasarse por alto es la espada de Damocles sobre las agrupaciones políticas, que está pendiente de votación en el Congreso para su extinción. Por ello, muchos liderazgos locales se enrolaron con prontitud en las agrupaciones nacionales.
También el próximo año habrá elecciones municipales y regionales, pero en octubre, por lo que los candidatos locales “facilitan” sus militantes ante la presencia de sus candidatos nacionales, lo que puede resultar engañoso. Bien sabido es que a los ciudadanos más entusiasmo les despiertan las elecciones locales y regionales, no tanto por la inmediatez sino por la oportunidad laboral o la obra pública comprometida.
A este panorama electoral debemos agregarle la posibilidad cierta de que se integre como miembro del JNE la ex fiscal de la Nación, Patricia Benavides, quien, sin rubor alguno, mostró en el ejercicio de sus funciones cierta inclinación política, permitiendo la instrumentalización de una institución rectora. Esto coloca las próximas elecciones bajo desconfianzas, por la responsabilidad que tendrá el JNE en la conducción de las justas electorales 2026.
Tenemos una endeble representación. Tratando de ser indulgentes, sus decisiones, su actuación y hasta sus formas están en legítimo entredicho. Esta es una de las respuestas del porqué la desafectación de los ciudadanos de nuestra democracia y no corresponde devolverles a ellos la responsabilidad de “no saben elegir”, pues el elector, cuando va a las urnas, vota sobre lo que el sistema político le propone y esta vez decidirá sobre un bagaje amplísimo: cerca de diez mil candidaturas entre presidenciales y parlamentarias.
Hace poco escribía, con mucha propiedad, Alberto Vergara, si acaso no era mejor la elección por sorteo, que sería mucho más democrática de lo que tenemos. Hoy decidimos sobre lo que nos propone el sistema y especialmente el marketing.
Lo cierto es que tenemos que ingresar —y ya— a revisar los problemas sustantivos que nos permitan reforzar y consolidar nuestra democracia.