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22 julio, 2025 11:11 am

Cuando los valores se apagan: el silencioso grito de una generación

La pérdida de valores no es el final. Puede ser, si lo elegimos, el comienzo de una gran transformación. Que no nos gane la indiferencia. Que nos gane el amor.

POR: TERESA PÉREZ TORRES

En cada esquina del mundo, en cada aula, en cada hogar, hay una inquietud que crece en silencio pero con fuerza: la pérdida de valores en nuestros jóvenes. Una preocupación que no pertenece solo a padres o educadores, sino a toda una sociedad que observa cómo se desvanece la brújula moral que guió a generaciones anteriores.

Los valores —esas pequeñas grandes verdades que nos enseñan a ser humanos— se forman en la niñez, florecen en la adolescencia y nos acompañan de por vida. Pero hoy, muchos de nuestros jóvenes parecen crecer sin ellos o, peor aún, con antivalores que se instalan en su lugar. ¿Cómo llegamos aquí?

Las respuestas son tan complejas como dolorosas. Familias fracturadas, conflictos no resueltos en casa, entornos escolares que no logran contener ni orientar, realidades económicas que obligan a madurar a destiempo… Todo eso construye un terreno fértil para que el respeto, la humildad, la empatía y la tolerancia se apaguen.

Y las consecuencias están a la vista: un aumento alarmante en la delincuencia juvenil, el consumo de sustancias como escape, la depresión que se instala como sombra y, en los casos más extremos, el suicidio como grito desesperado. No son solo estadísticas. Son rostros. Son historias. Son hijos, hermanos, amigos.

Pero no todo está perdido.

La reconstrucción de los valores empieza por casa. No desde el discurso, sino desde el ejemplo. Padres presentes, que escuchen, que abracen, que enseñen con firmeza y ternura. Familias que prioricen el tiempo compartido por sobre lo material. Comunidades que no señalen con el dedo, sino que tiendan la mano. Escuelas que enseñen matemáticas, sí, pero también la importancia de mirar al otro con compasión.

Educar en valores no es una tarea rápida ni sencilla. Pero es la única que puede garantizar un mañana más justo, más seguro, más humano. Debemos enseñar a nuestros jóvenes que la libertad no se trata de hacer lo que uno quiera, sino de elegir el bien incluso cuando cuesta. Que el respeto no se exige, se gana. Que la humildad es una fuerza, no una debilidad. Y que nadie está solo si la comunidad decide acompañar.

Hoy más que nunca, necesitamos volver a lo esencial. A mirar a los ojos. A hablar de sentimientos. A poner límites con amor. A celebrar lo correcto. A corregir sin herir. Porque detrás de cada joven que ha perdido el rumbo, puede haber un adulto que aún está a tiempo de mostrarle el camino.

La pérdida de valores no es el final. Puede ser, si lo elegimos, el comienzo de una gran transformación. Que no nos gane la indiferencia. Que nos gane el amor.

Porque aún estamos a tiempo. Porque ellos nos necesitan. Porque un joven con valores es una promesa viva de un mundo mejor.

Análisis & Opinión