POR: GUSTAVO PINO
Platón, en “La República”, nos advertía sobre la caverna donde los hombres solo ven sombras proyectadas, confundiendo las apariencias con la realidad. Siglos después, Nietzsche nos recordaría que «no hay hechos, solo interpretaciones». Y hoy, en plena era de la posverdad, parece que los medios de comunicación han decidido convertir la caverna en un set de televisión, donde las sombras tienen nombre, apellido y hasta patrocinadores.
Vivimos en tiempos en los que la mentira, repetida lo suficiente, se convierte en verdad. Lo sabía Goebbels, lo explotan los políticos y, en algunos casos, lo validan los periodistas. Porque no basta con que una información sea cierta; lo realmente importante es que sea conveniente. ¿Quién necesita la verdad cuando se tiene una narrativa atractiva? George Orwell, en “1984”, lo dijo sin rodeos: «Quien controla el pasado, controla el futuro; quien controla el presente, controla el pasado». Así, la verdad ya no es una cuestión de hechos, sino de poder.
El periodismo, alguna vez considerado el cuarto poder, tiene dos caminos: ser el faro que ilumina la oscuridad o el telón que oculta lo incómodo. En su mejor versión, el periodismo investiga, contrasta y desnuda las verdades incómodas. En su peor versión, se convierte en una máquina de eco para los poderosos, donde las preguntas difíciles se cambian por titulares sensacionalistas y donde el rigor se diluye en el mareo de la inmediatez.
Karl Popper nos advirtió sobre los peligros de la falsabilidad: una teoría que no puede ser refutada no es científica, sino dogmática. Pero, en el periodismo actual, ¿qué pasa cuando las noticias falsas se reciclan, mutan y vuelven con otro empaque? La mentira, lejos de ser refutada, se vuelve insidiosa, se acomoda a los intereses de turno y se convierte en verdad por defecto. Ahí radica el peligro de los periodistas que no contrastan: se convierten en meros reproductores de propaganda, en altavoces de intereses disfrazados de noticias.
Sin embargo, aún hay esperanza. Un periodismo comprometido con la verdad es la última línea de defensa contra la manipulación. Es el antídoto contra la intoxicación informativa y el último bastión antes del colapso del pensamiento crítico. Pero para ello, se requiere más que notas de prensa y declaraciones oficiales; se necesita valentía, escepticismo y, sobre todo, memoria.
Así que la próxima vez que veas una noticia demasiado conveniente, demasiado alineada con una agenda, demasiado “perfecta” para ser verdad, pregúntate: ¿es información o es propaganda? Y recuerda las palabras de Mark Twain: «Es más fácil engañar a la gente que convencerla de que ha sido engañada». Porque, al final, la verdad no necesita aplausos, solo necesita ser dicha.