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22 noviembre, 2024 8:39 pm

Contra toda autoridad, excepto…

El grito de una juventud desencantada ante una sociedad a la que ya no quiere pertenecer.

POR: GUSTAVO PINO       

Este último sábado, Contra toda autoridad, excepto…, de Jorge Malpartida Tabuchi, se presentó en la Feria Internacional del Libro Moquegua, un evento en el que tuve el honor de ser invitado a participar. Sin embargo, por motivos de un compromiso académico, no pude asistir a esta edición de la feria, que sigue creciendo en relevancia y propuestas literarias. Así, mientras Moquegua reafirma su espacio en el panorama cultural, el libro de Malpartida aparece como una de esas obras que invitan a sumergirse en el inconformismo juvenil, ese desencanto tan particular que pareciera ser la identidad de la juventud de nuestros días.

Contra toda autoridad, excepto… no es simplemente una novela, sino un tratado sobre la desilusión y el sinsentido que experimenta una generación sin brújula, una juventud que ya no se aferra a los antiguos mandatos sociales ni busca complacencia en ellos. Malpartida Tabuchi, lejos de cualquier moralización o condescendencia, plasma la vida de adolescentes que se encuentran en esa etapa suspendida entre el deber y el deseo, entre la conformidad y el anhelo de libertad, revelando así las fisuras de una sociedad a la que ya no quieren pertenecer.

Ahora bien, el libro se estructura en capítulos que parecen casi independientes, aunque conectados por un hilo temático en el que los personajes desfilan con sus problemas y momentos críticos, como entradas de un diario íntimo colectivo. Esta estructura fragmentada no es casual: refleja una desconexión, un retrato de la juventud moderna, desorganizada, caótica, que siente que las instituciones los han abandonado y que el tiempo es solo un obstáculo más. La narrativa fragmentaria hace eco de la condición de una generación que desconfía de la autoridad y que, en su búsqueda de sentido, deja cicatrices y heridas abiertas en el camino.

Por otra parte, los personajes de Malpartida se debaten entre su rebeldía contra las normas y su desesperado anhelo de ser comprendidos. En el centro de la narrativa están Andrés, Ana, Joaquín y José, figuras complejas que representan las distintas maneras de afrontar una juventud en crisis. Andrés encarna al adolescente confundido que se enfrenta a su entorno sin entender bien sus propias motivaciones; Ana representa la dualidad entre el deseo de experimentar la vida y el rechazo hacia el poder que la reprime; José, por su parte, es el reflejo de la supervivencia en una sociedad que premia la dureza y castiga la sensibilidad. En su conjunto, los personajes de Malpartida son un mosaico de frustración y rebeldía en una época que no les ofrece respuestas.

Aunado a esto, la narrativa alterna entre múltiples voces, en una estructura que permite al lector explorar las perspectivas de cada personaje y profundizar en sus dilemas. La pluralidad de narradores otorga una visión amplia, en la que cada personaje tiene su propia oportunidad de cuestionar, criticar y revelar su angustia. Esta técnica no solo enriquece el relato, sino que también invita al lector a sentir las experiencias de estos jóvenes con toda su crudeza y contradicción, dando vida a una generación que se siente incomprendida y ajena a su propio entorno.

Por lo tanto, el entorno escolar urbano de la novela actúa como una caja de resonancia para la alienación y la frustración. Malpartida despliega una crítica penetrante hacia la autoridad y la jerarquía, donde el rol del sistema educativo y las normas sociales son solo símbolos de una autoridad que ha perdido su propósito. En lugar de inspirar o proteger, las instituciones en esta obra actúan como cárceles que encadenan a los adolescentes a expectativas irreales y valores que no comparten. De esta manera, la educación se convierte en el campo de batalla donde la juventud libra su guerra silenciosa contra un poder invisible pero ineludible.

Así, Malpartida opta por un estilo directo y áspero, reflejo de los adolescentes que describe. El uso de modismos y jerga peruana añade autenticidad y realismo a la historia, y su lenguaje, en lugar de embellecer el conflicto, lo acentúa con la crudeza de la vida cotidiana. Los diálogos son punzantes y, en ocasiones, brutales; los monólogos, desgarradores y honestos. Es un lenguaje que no busca agradar ni suavizar, sino mostrar la verdad de una juventud que se enfrenta a un mundo hostil. Malpartida no omite detalles, no le da al lector un respiro ni espacio para embellecer el dolor; es esta veracidad lo que hace que la historia sea tan inmersiva como perturbadora.

Con esta novela, Malpartida construye una pieza literaria que incomoda, que exige, y que se convierte en un recordatorio de que, en cada acto de rebeldía y en cada fracaso, hay una chispa de esa juventud que, contra todo y todos, sigue resistiendo.

Análisis & Opinión