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26 julio, 2025 10:45 pm

Colegio San José [Segunda parte]

La vida cotidiana en Moquegua marchaba al compás de las campanas del colegio. Se había producido un gran cambio en el espíritu local, eficazmente conducido por la labor educativa y misionera de los padres jesuitas.

POR: GUSTAVO VALCÁRCEL SALAS

El origen del colegio se remontan al 1 de setiembre de 1708, cuando José Hurtado de Ichagoyen por disposición testamentaria dona su viñedo y bodega de Yaravico, su casa de la villa de Moquegua y cuantiosa fortuna valorizada en 117 mil pesos, para la fundación de un colegio con el mandato que debería regentarlo la Compañía de Jesús, y que no tendría otro fin que el de conseguir “el bien espiritual que se desea para los vecinos de esta villa y buena educación de la juventud de ella que por falta de instrucción se malogra”.

Informado el padre Luis de Andrade, provincial de la Compañía de Jesús, no tarde en viajar a la villa de Moquegua para recibir la donación de José Hurtado de Ichagoyen “quien entregaba una hacienda de viña llamada Yaravico, unas casas que fueron las de su vivienda, esclavos, botijas y aperos, más diez mil pesos en reales, con condición que se funde colegio casa sin más gravamen que lo encomienden a Dios, hagan bien a los pobres y prediquen y enseñen su santa ley según su instituto”.

Entonces la juventud recibía instrucción básica, que se impartía hacía más de medio siglo en la escuela elemental de la hospedería de Santo Domingo, aquí se enseñaban las primeras letras, gramática y latín.

Por real cédula del 5 de octubre de 1711 se concede licencia a los jesuitas para la fundación solicitada. Se llamó San José en homenaje a su fundador. Esta es la fecha inicial de la creación del colegio.

El ejemplo de Hurtado de Ichagoyen tuvo seguidores. Pronto se manifestaron expresiones de solidaridad. No tardaron en hacerse compras y permutas de terrenos con miras a iniciar la fábrica del inmueble. Luego se amplía el edificio y se abren nuevas calles para facilitar el acceso a los estudiantes; con él se ordena el trazo urbano de la población. Generosidad que fue una constante de continuas donaciones a lo largo del tiempo, bien para ampliar el local o restaurarlo por verse afectado por los incesantes sismos.

La vida cotidiana en Moquegua marchaba al compás de las campanas del colegio. Se había producido un gran cambio en el espíritu local, eficazmente conducido por la labor educativa y misionera de los padres jesuitas.

El apogeo económico no pudo tener expresión más eficaz y atinada que esta fundación encomendada a los hijos de Loyola. La linajuda sociedad local, que lucía sustentadas aspiraciones de nobleza, ya no tenía necesidad de enviar lejos a sus hijos para que se educasen. Se enseñaba Gramática Castellana, Latinidad, Humanidades, Artes, Retórica y Filosofía. Como el prestigio del centro educativo y la buena educación que se impartía pronto se extendió, ahora venían a educarse jóvenes desde Tacna, Arica y Tarapacá. Lo mejor de la juventud regional se concentraba en este plantel atraído por la fama y eficacia de sus métodos educativos.

El colegio se convirtió en el centro más importante de la villa; quienes pasaban por sus claustros adquirían pronto la aureola del prestigio intelectual, por eso ingresar a ellos se convirtió en un caro anhelo, no siempre fácil de satisfacer.

La enseñanza se impartió 56 años, hasta 1767, cuando los jesuitas fueron expulsados del reino español y sus bienes expropiados, pero se respetó el deseo de Hurtado de Ichagoyen, que el inmueble siempre fuera destinado para la educación de la juventud.

Entre otros bienes que dejaron los jesuitas tenían un solar en con dos cuartos que servían de bodega para custodiar los frutos de las haciendas que conducían. Adquirieron el fundo Santo Domingo, al fin del valle de Moquegua, en la que cultivaban la vid y elaboraban vino; en el valle de Ilo, la hacienda de Loreto, dedicada más a la elaboración de azúcar, miel y chancaca, que pasaron al fondo de temporalidades.

Análisis & Opinión