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31 marzo, 2025 5:02 am

Catfish

El placer de sentirse otra y amada, ya había surtido efecto. No tenía sentido seguir con la pantomima. Tampoco habría una demanda de por medio ni un castigo. Adán investigó a través de un conocido dedicado a la abogacía sobre las posibles consecuencias del catfishing: la ley no ampararía el haber sufrido algún abuso virtual.

POR: GUSTAVO PINO      

La resaca no le permitía ver la realidad. La noche anterior, Adán, como lo habían registrado sus padres en su acta de nacimiento y ante la Iglesia, volvió a descargarse Tinder. Lo había hecho meses atrás por consejo de uno de sus roommates en Lima. Esta vez la situación era diferente, vivía con sus padres en una ciudad sureña por los efectos económicos de la pandemia y malas decisiones.

Entonces, Adán ajustó en Tinder su rango de búsqueda a cincuenta kilómetros y fue deslizando las fotografías hasta hacer un match. Era la primera vez que le resultaba. Entabló conversación con Doménica. Se seguían por Facebook e Instagram y en algún momento intercambiaron recomendaciones de sus lecturas favoritas. Adán había comprado un libro que ella le recomendó para tener un tema de conversación, y fue surgiendo efecto hasta simplemente dejarse en visto. Sin embargo, esta nueva aparición le devolvió a Adán la esperanza de pactar una cita. Pero no tardaría en sospechar de ella, de su verdadera naturaleza; las respuestas no coincidían con las que obtuvo en redes sociales. Le pidió algunas fotografías y ella aceptó enviárselas. Los audios para conocer su voz no llegaron. Sin embargo, Doménica le comentó que trabajaba en una de las minas de la región en el área de recursos laborales, parecía saber de lo que hablaba. Adán siguió formulando preguntas para intentar revelar la identidad de ella sin sospechar que mostraba la suya, sus datos más íntimos, sus temores, sus complejos, su maldita depresión.

En el tercer día encontró un estado en Instagram donde Doménica, la verdadera o la falsa, mostraba las campiñas de Arequipa; su lugar natal de nacimiento, según ella. Adán le preguntó si ya había dejado el ‘pueblito’ por unos días para encontrarse con sus familiares. Ella respondió que no. Pero Adán había cometido el error de revelar el contenido de esa publicación. Ella solo atinó a asegurar que solo se trataba de la añoranza, «un TBT», que recién su viaje tendría lugar en dos días. Y le formuló la teoría de que su imaginación era un arma de doble filo.

En las horas siguientes Adán se contactó con amigos que lo pudieran ayudar a encontrar la identidad del titular de la línea telefónica. No era tarea fácil, primero tendría que existir una demanda por acoso y luego la visita de un oficial a Osiptel para que revelaran la identidad. Decidió no seguir adelante.

Días después, un mensaje en respuesta por Instagram le confirmaría las sospechas: «Me voy mañana a España». Adán se apresuró en pasarle el número de la supuesta Doménica diciéndole que había estado hablando con ella esos días y que tal vez alguien había usurpado su identidad. Sin embargo, ya era tarde para él. Adán, la noche anterior luego de tomarse un vino con una amiga con quien no logró más que un beso y unas cuantas caricias en un hotel donde las medidas de bioseguridad no importaban, le propuso sextear a Doménica por WhatsApp. Compartieron fotografías de sus sexos desnudos, húmedos y salvajes. Una eyaculación en la madrugada, el sueño profundo.

El último día que supo de su amante virtual, las llamadas dejaron de entrar. Una casilla de voz lo recibía en cada intento. El placer de sentirse otra y amada, ya había surtido efecto. No tenía sentido seguir con la pantomima. Tampoco habría una demanda de por medio ni un castigo. Adán investigó a través de un conocido dedicado a la abogacía sobre las posibles consecuencias del catfishing: la ley no ampararía el haber sufrido algún abuso virtual.

Salió de su casa con dirección a la tienda más cercana para comprar una cajetilla de cigarros y esperar la respuesta de la posible verdadera Doménica. Tardó una semana en responder: «Hola». No dijo nada más. No tenía por qué hacerlo. Adán corría a través de la jungla junto a Creedence Clearwater Revival. Era mejor correr por la selva de fotografías, videos, mensajes mientras oía que lo llamaban por su nombre como en una pesadilla. El diablo andaba suelto a todas horas. Mirar hacia atrás era un error. El humo recorría su habitación mientras los textos volvían a aparecer en la espesura verdosa de la pantalla. Los pulgares como cañones dispuestos a disparar ideas sueltas tratando de salvar el momento, no se hicieron esperar. Un nuevo WhatsApp con la promesa de una explicación luego del dolor pertinente de cabeza. Adán se quedó mirando la fotografía de Doménica —la verdadera o la impostora, como si pudieran separase— hasta dormirse en el paraíso luego de probar el fruto prohibido.

Análisis & Opinión