POR: GUSTAVO VALCÁRCEL SALAS
Lucas Jaimes Castro fue un reconocido escritor boliviano. Pasó una temporada en el Perú. En uno de sus libros recoge un corto y ameno relato de su paso por la ciudad de Moquegua, a la que generosamente llama el Canaán peruano, alusión a la tierra prometida a donde Moisés condujo a su pueblo, pues allí fluye la leche y la miel. Sin duda que esta crónica es una descripción digna de recogerse en una antología.
Nació en Potosí en 1840, ciudad que décadas antes era abastecida de los vinos y aguardientes moqueguanos; joven incursionó en la poesía, amante precoz de la lectura volcó sus inquietudes como periodista, se desempeñó como profesor y diplomático. Empezó a firmar como Julio Lucas Jaimes, sin embargo, se hizo más conocido con el seudónimo de Brocha Gorda que estampaba en sus artículos y libros.
Llega a la ciudad de Tacna hacia 1864 huyendo de la tiranía de Melgarejo; a pesar de ello, a pedido de sus paisanos igualmente exiliados, fue designado cónsul en esta ciudad heroica. Aquí, al año siguiente, contrae matrimonio con Carolina Freyre Arias, dama tacneña festejada por su belleza y amplia cultura; tuvieron siete hijos, sobrevivieron cinco, de ellos Ricardo destacó como poeta, tacneño que luego fue diplomático y político boliviano, terminó radicando en Argentina.
Brocha Gorda padece el cataclismo de 1868 que fue seguido por la mortífera peste de la fiebre amarilla; en un afán de proteger a su familia decide refugiarse en Lima. Alterna con Ricardo Palma, de quien se convierte en un cercano colaborador que lo hace relacionarse con algunos de los integrantes de la bohemia limeña y en sus crónicas acaba siguiendo el estilo narrativo de la tradición. Por su lado, Carolina Freyre tomaba parte en las tertulias que organizaba Juana Manuela Gorriti, a las que también asistía nuestra paisana Mercedes Cabello de Carbonera junto a otras ilustres damas, en las que se lucía el talento femenino.
Brocha Gorda se enrola en el ejército en el conflicto de 1879; es apresado y enviado a Chile de donde lo deportan a Bolivia. En su país es elegido diputado por Potosí; pasó a radicar a Buenos Aires. Falleció en 1915.
No sabemos en qué momento pasó por Moquegua, a la que describe como una “ciudad andaluza por su aspecto general, por las costumbres de sus habitantes, por la gracia y seducción de sus hijas, por sus patios llenos de plantas olorosas, por sus ventanas cubiertas de enredaderas y adornadas con rojos claveles y apretadas clavelinas de formas y matices diversos… de gente hospitalaria y servicial. Siempre hay un cubierto en la mesa para el forastero, siempre un vaso de vino para el viandante… las moqueguanas son amables, buenas y discretas y casi todas cantan y tocan piano, bandolín o vihuela… Allí hay aristocracia de origen y de abolengo y buen tono en los salones… En los planos bajos y en las faldas de las colinas se suceden los viñedos a lo largo y en ambos costados del valle… Allí puso Dios el dedo, y según dicen, sus caballerosos arranques Don Quijote… La blanca y suave chirimoya, encanto de la boca, jardín de las narices; la palta o aguacate, suculenta manteca vegetal que regala el gusto… todo eso crece, prospera y alcanza proporciones exclusivas en el famoso valle cuya cabeza y reina es la coquetona ciudad de Moquegua, una de las más antiguas del Perú y una de las más simpáticas y risueñas de la América del Sur”.
Julio Lucas Jaimes Castro, más conocido como Brocha Gorda, es un personaje totalmente ignorado en nuestro medio. Bien vale que lo recordemos y le mostremos nuestra gratitud.