POR: CARLOS POMAREDA BENEL (Cpomareda6@gmail.com)
Compartir recuerdos a mi edad (77), gracias a que conservo mi memoria, aunque camino despacio, es un escrito que me trae a los tiempos compartidos con mis viejos amigos, con quienes disfrutamos los gratos días del kínder con la Sra. Rosita Bayarri; la primaria en la escuela Rafael Díaz y después, debo decirlo con gran orgullo, los días de la secundaria en el Colegio Simón Bolívar, que este año celebra sus 200 años. En nuestro colegio nos forjamos en los conocimientos y la disciplina que fueron la base para lograr, unos años después, nuestro desarrollo profesional. Además de eso, fue el lugar donde se construyó la amistad entre quienes la hemos compartido toda la vida.
Nuestro colegio no existe en el vacío del espacio, sino en un lugar privilegiado: Moquegua. Una ciudad, un valle, una región donde son muchas las cualidades referidas por estudiosos de nuestra realidad. Ahora me voy a referir a unas cualidades muy particulares, mezclándolas con recuerdos personales.
Llegué a Moquegua con mis padres cuando tenía 4 años, y pude escuchar con frecuencia de mi padre y mi abuelo: “El prodigio de Moquegua es la fertilidad de sus suelos y su especial clima”. Lo pude entender poco a poco mientras crecía y lo apreciaba cada día: un clima seco, días con mucha luminosidad, días templados y noches frías. Esas condiciones permitieron una diversidad de cultivos, y en el caso de las frutas, lograrlas con aromas y sabores excepcionales e inolvidables.
Y volviendo a los aromas y sabores de las frutas, es necesario recordarlos en cada fruta y en cada territorio. Esto último porque, en este pequeño valle, hay diferencias de altitud desde Los Espejos en la Rinconada, a la entrada del Cañón de Osmore, hasta Samegua y Estuquiña. Y en cada lugar hubo y hay frutas especiales.
La palta Fuerte de Moquegua, cosechada en su madurez adecuada, tiene un contenido de grasa especial y un sabor inigualable. Mi papá, el Ing. Jorge Pomareda, trajo a Moquegua las primeras yemas de palta Fuerte que le regaló su amigo, el Ing. Germán de la Rocha, de La Molina, e hizo un vivero en el que se produjeron y regalaron arbolitos a muchos productores. Hoy se vende palta de Moquegua a precios especiales en el mercado de Surquillo, donde mis hermanas Anamari y Esther (como mi mamá) se enorgullecen al comprarlas y decir: “Tan buenas como las que comíamos en la Villa cuando éramos chiquitas”.
Las chirimoyas de Estuquiña pueden no ser tan grandes y de cáscara poco rugosa como las Cumbe. Sin embargo, su aroma y sabor son especiales. Un pedacito después del almuerzo nos llenaba de contento, y siempre teníamos la esperanza de que nos darían un pedacito más.
Los duraznos del Valle de Moquegua tenían un aroma inconfundible, tanto los amarillos como los blancos. Sin embargo, algunos árboles de blanquillo dejaron en mí recuerdos de aroma, sabor y dulzura inolvidables, como los frutos del único árbol de blanquillo en el Fundo La Testamentería en el valle. Para quienes les interesa conocer un poquito más, no es lo mismo un durazno blanco que un blanquillo. Y, desde luego, en la Testamentería, en Corpanto y en La Condesa no faltaron los abridores, los que casi con solo mirarlos y tocarlos se abrían para brindarnos un manjar.
Hay muchas frutas más de Moquegua que, por limitación de espacio, no puedo detallar. Cada una merece un relato. No podemos dejar de mencionar los damascos, las limas, las peras motas, los higos, los pacaes, las uvas Italia tostadas por el sol y muchas más.
Para cerrar, confío en que estas notas sean también para personas que aún no han tenido la felicidad de disfrutar los años de la madurez, para que conozcan cualidades de las frutas de Moquegua que no figuran en los libros de historia.
Ojalá que estos recuerdos de quien estudió en el Colegio Simón Bolívar en la década de 1960, que comparto con nostalgia desde Costa Rica, alegren a las personas que, como yo, disfrutaron la felicidad que dan los aromas y sabores queridos. Y que me acompañen para motivar a los jóvenes a dedicarse a la agricultura con “denominación de origen”, la calificación internacional más prestigiosa, para así aprovechar las cualidades especiales de las frutas de Moquegua. La tarea, desde luego, tenemos que iniciarla en el colegio.