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19 septiembre, 2024 10:30 am

Antonio Raimondi

Estuvo en Moquegua un mes en el verano de 1864, de su estadía nos dejó sus amables impresiones de la ciudad.

POR: GUSTAVO VALCÁRCEL SALAS    

Antonio Raimondi nació en Milán, Italia, el 19 de setiembre de 1824 en el seno de una familia burguesa. Llegó al Perú en 1850 para quedarse definitivamente, falleció en 1890.

Estuvo en Moquegua un mes en el verano de 1864, de su estadía nos dejó sus amables impresiones de la ciudad. Hoy, que se conmemora el bicentenario de su nacimiento, es justo que lo recordemos con gratitud.

Tenía una natural inclinación por los viajes y el estudio de las ciencias naturales. Desde niño soñaba con viajar a los bosques de vegetación lujuriosa repletos de animales, deseo que se avivó al leer la vida de Colón, Bougainville, Humboldt, La Condamine, Cook, etc. Gustaba visitar los museos y jardines botánicos de Milán, allí se formó sin necesidad de ir a la universidad. Completó su formación con visitas al campo, y estudios de química que alternaba con su afición por el dibujo y la acuarela, que ponía en práctica dibujando plantas. Tomó parte en la lucha por la independencia de Milán en poder de Austria; y en Roma, por la unificación italiana, esfuerzos que inicialmente fracasaron y fueron duramente reprimidos.

Decidió venir al Perú porque era el país menos explorado, en el que se alternaban los desiertos costeros con las gélidas cumbres andinas y la selva tropical. Llega al Perú el 28 de julio de 1850.

Se dedica a viajar y a conocer el país. Explora la ceja de selva, el norte y el sur. Llevado por su prestigio, en 1859 el Congreso lo apoya para viajar por el territorio nacional, precisar los límites nacionales, encontrar nuevos recursos económicos… conocer el Perú. Después de investigar en Arequipa llega a Moquegua en 1864.

En su ruta, exploró los surtidores de agua termal de Omate que tenían 71° C. De las aguas minerales que encontró en Carumas, “conocidas con el nombre de Baños de Putina”, dijo que algunas eran de mucho interés por la fuerza con que salen, elevándose con mucho ruido, a modo de surtidor, más de cuatro metros del suelo. En la boca del orificio la temperatura era de 91° C, superior a la de ebullición del agua en ese lugar, debido a las sales que contiene y a la presión con la que sale. Recomendaba se haga un establecimiento de baños públicos. No los llama géiser, sino surtidores, su nombre correcto.

Cuenta que al salir de Carumas, en la parte más elevada del camino, lo sorprendió una fuerte tempestad eléctrica como jamás había experimentado.

Al llegar a la ciudad de Moquegua, señala que por su especial topografía tiene días calurosos y noches frías; recorrí su valle con hermosos viñedos; al llegar a Ilo se deleitó saboreando sus “inmejorables aceitunas”.

Llevado por su curiosidad científica, nos explica que el calor en la ciudad se debe porque está “rodeada de una cadena de cerritos de aluvión muy áridos y que forman un semicírculo alrededor de la ciudad, lo que reverbera los rayos de sol que convergen formando como una especie de foco, hallándose la ciudad en ese mismo foco”.

Tal vez recomendado por el cosmógrafo Pedro Cabello, a quien conoció en Lima, fue alojado en la amplia casa de Gregorio Cabello. Dice de su anfitrión, que era profesor en el Colegio de La Libertad, “es un muy buen hombre y goza de mucha reputación en todo Moquegua”. En esta casa conoció a la joven Mercedes Cabello.

Nos cuenta del padre José Figueira del Colegio de Misioneros de Moquegua y de loable labor misionera junto a otros misioneros de este colegio en Madre de Dios. “Los padres de Moquehua han fundado algunas misiones de esta nación en las márgenes del rio Santa Ana, llamadas Masintoni y Siapa”.

Desde 1859 empezaron a llegar italianos a la ciudad, la mayor parte se dedicaban al comercio. Como los Gambetta, Rossi, Abelli, Ametis, Capurro, Ghersi, Corvetto, entre otros, que no dudamos alternaron con su paisano Raimondi.

De su estadía en la ciudad le escribe a Miguel Colunga en abril de 1864, “Aquí en Moquegua hay una abundancia de niñas, que se necesitaría un cargamento de hombres para casarlos. En general son bastante bonitas y muy afables. Aquí solo el corazón con coraza de un naturalista, puede resistir a la tentación”.

Recorre la ciudad “de calles bien empedradas; las casas son de adobes; actualmente se está colocando un reloj en una de las torres del templo Santo Domingo que no ha podido colocarse en la catedral por ser demasiado grande. El local del Colegio Nacional es muy bueno; se da instrucción media y además se enseña Derecho. Las casas son bastante decentes y existen algunas que se hallan muy bien amuebladas. La ciudad tiene un paseo público o alameda, allí hay un pequeño teatro. La sociedad de Moquegua es bastante afable y franca, y el extranjero es bien recibido”.

Partió rumbo a Tacna el 6 de abril.

Carmen A. Alvanño – Foto y dedicatoria (Archivo Giovanni Banfiglio)

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