Por: Gustavo Valcárcel Salas
El año terrible que dejamos atrás, iniciado con lluvias e inundaciones, seguidas de una inaudita epidemia que además de afectarnos la salud dejó hecho jirones la economía, la política, la vida diaria en toda su amplitud… que por momentos nos pareció estar inmersos en una insondable pesadilla de la que no se podía despertar, no nos ha quitado la fe ni la ilusión de un futuro mejor.
No dejamos de tener presente que este año conmemoramos el Bicentenario de la Independencia Nacional, cuando a nuestra ciudad, por su ubicación estratégica e irrenunciable patriotismo, le tocó desempeñar un protagonismo llevado hasta los extremos del sacrificio, que después la hundió en la ruina.
El Estado reconoció los padecimientos y la inmolación que Moquegua soportó durante tres lustros. Recibió como recompensa a las requisas de todo tipo, a la muerte, destrucción y saqueo, el que en 1828 fuera declarada por ley “ciudad benemérita a la Patria”. En esa mima ley se disponía invertir para llevar agua al valle siempre sediento, que además fue arrastrado por la cruenta guerra a una completa ruina.
Beneficio ofrecido por contribuir en libertar al Perú. Fue un compromiso, que se postergó; como tantos otros que recibiría después, también postergados. Solo eso, nada más; luego… el baldón de la indiferencia.
Se dejaron de lado las promesas y compensaciones, sin importar que fueran ordenadas por ley. Aún en la época de mayor bonanza que nos llevó al derroche, Moquegua no figuraba en los planes de apoyo estatal, como ocurrió cuando la consolidación de la deuda, que en la práctica fue una escandalosa repartija de la riqueza generada por el guano, el mayor auge económico en el siglo XIX.
La ingratitud se extendió hasta hundir en el olvido el sacrificio de aquellos que ofrendaron su vida por legarnos una patria libre. En las celebraciones por la independencia se ha recordado siempre el 28 de julio y el 9 de diciembre. Las dos campañas a Intermedios, Torata y Moquegua, los héroes de entonces, no existieron más.
Ello motivó la airada protesta que hiciera Tomás Dávila en 1853. Por medio de un informe muy bien sustentado, reclamaba la urgente atención del Estado para salvar la desgraciada economía moqueguana, que se hundía en aguda crisis. Valioso documento que el Archivo Regional está próxima a publicar.
Uno de los personajes secularmente postergados, por insólito que ahora nos parezca, fue nada menos que Domingo Nieto. Sobreviviente de Torata y Moquegua; “benemérito a la Patria en grado eminente”, condecorado con las medallas de los vencedores en Junín, Ayacucho y sitio del Callao; héroe del Portete de Tarqui, además de ser considerado “por su distinguido patriotismo, fundador de la libertad peruana” y haber sido mariscal tan solo a los 39 años. Durante la república fue un insobornable defensor de la legalidad, entonces continuamente interrumpida; fue el líder natural que en 1843 presidió la Suprema Junta de Gobierno Provisorio, que buscaba restituir la democracia. No fue reconocido como prócer sino en 1954, ciento diez años después de su muerte.
La indolencia también es nuestra. Hasta la fecha no se ha dispuesto la construcción de la estatua ecuestre que tanto reclamamos, hoy cuando públicamente ha sido reconocido como “el primer soldado de la República”. Monumento que bien puede estar en la amplia plaza del reciente distrito de San Antonio, escenario de su última y exitosa batalla. Nieto es el único prócer a quien no se rinde homenaje con una estatua, no existe una en todo el país, como sí la tienen —hasta más de una—todos los demás próceres de su nivel.
Nuestra identificación con el ejemplo que él personifica, como genuino defensor de la legalidad y entrega por la prosperidad del país, nos ha llevado a elegirlo como el inconfundible símbolo de Moquegua para esta efeméride y a difundir su biografía. Tengamos presente que siempre estuvo unido a su pueblo, a su lugar de nacimiento; al morir, pidió ser sepultado en Moquegua.
Junto a Nieto, existen otros moqueguanos que también están vinculados a las diversas etapas de la emancipación. Igualmente, con la misma ingratitud, ellos pasan inadvertidos. Su memoria, en esta particular ocasión, va a ser objeto de nuestra especial recordación.
Que Domingo Nieto sea el modelo que guíe a la juventud del siglo XXI.