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17 septiembre, 2024 11:07 pm

Alberto Kenya Fujimori Inomoto

La muerte de Alberto Fujimori desatará, sin lugar a dudas, un torrente de reacciones y reflexiones sobre su controversial legado.

POR: CESAR A. CARO JIMÉNEZ     

Ha muerto quien muy bien podría suscribir completamente la frase de Ortega, enunciada en “Meditaciones del Quijote”. Alguien que, a partir del rompimiento con la cuota de izquierda en su gabinete inicial, en la que figuraban Santiago Roca, Adolfo Figueroa, Óscar Ugarteche, Guillermo Runciman, Fernando Villarán de la Puente y Martha Rodríguez, mostró el pragmatismo de Fujimori. Este grupo fue reemplazado, después del viaje a Estados Unidos del novel presidente, por nuevos asesores como Hernando de Soto, Carlos Rodríguez Pastor Mendoza, Carlos Boloña y, finalmente, Juan Carlos Hurtado Miller, quienes se encargaron de aplicar al pie de la letra las recomendaciones del denominado Consenso de Washington. Este término describía un paquete de reformas «estándar» para países en desarrollo azotados por la crisis financiera, según las instituciones bajo la órbita de Washington D. C. (como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos). Las fórmulas abarcaban políticas que propugnaban la estabilización macroeconómica, la liberalización económica respecto al comercio, la reducción del Estado y la expansión de las fuerzas del mercado dentro de la economía interna.

Perú aplicó estas medidas sin cortapisas, a diferencia de otros países como Chile, que no aceptó privatizar Codelco. Aquí vendimos prácticamente todo a precios de ganga, obligados —y allí quizás tenga una excusa el pragmatismo de Fujimori— por las circunstancias adversas: las reservas monetarias prácticamente no existían, había una inflación descomunal, en un escenario político donde, además de los terroristas sanguinarios de Sendero Luminoso y Túpac Amaru, la corrupción de la clase política hacía de las suyas. En ese contexto, Vladimiro Montesinos era el organillero principal, en un ambiente internacional donde parecía hacerse realidad el “Fin de la historia” y el triunfo definitivo del capitalismo mundial tras la caída de la Unión Soviética y el Muro de Berlín. (Fin de la historia que los últimos acontecimientos parecen desmentir).

Alberto Fujimori, al menos en su primera etapa, supo rodearse de buenos cuadros que lo ayudaron a afrontar las consecuencias del shock, además de contar con una buena cuota de suerte que le permitió éxitos rotundos como el rescate de los rehenes en la embajada de Japón y la captura de Abimael Guzmán, quien, dicho sea de paso, también murió un 11 de septiembre de 2021, fecha en la que el mundo contempló el atentado contra las Torres Gemelas.

La muerte de Alberto Fujimori desatará, sin lugar a dudas, un torrente de reacciones y reflexiones sobre su controversial legado. Sin embargo, es importante señalar que, aunque su paso por la presidencia está marcado por decisiones significativas, aún es prematuro emitir juicios definitivos sobre su impacto en la historia del país.

A pesar de los logros en la estabilización económica y la recuperación de la seguridad, su administración también fue objeto de críticas por corrupción y autoritarismo, culminando en su huida a Japón en el año 2000 tras un escándalo de corrupción. Estos claroscuros hacen que su legado sea profundamente ambiguo y diverso.

El contexto actual nos recuerda que la evaluación histórica de figuras políticas no puede realizarse de manera inmediata. Las valoraciones están sujetas a interpretaciones que varían con el tiempo y con el avance de la memoria colectiva. Las generaciones futuras podrían ver su legado bajo una nueva luz, considerando no solo sus decisiones, sino también las circunstancias que las rodearon y los impactos a largo plazo en la sociedad peruana.

Por tanto, aunque su muerte pueda generar debates acalorados y ruedas de prensa repletas de opiniones contundentes, es fundamental adoptar un enfoque que permita una reflexión más profunda. La historia tiene sus propias dinámicas y, a menudo, el tiempo es el mejor juez. Si bien Fujimori dejó una marca indeleble en el Perú, solo con el paso de los años podremos entender con claridad su incidencia en la historia de un país en constante transformación.

Análisis & Opinión