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14 octubre, 2024 3:14 am

Abtao 650

Todo empezó, como ya lo conté antes, con la tarea de preparar el rancho (almuerzo) para mi Papi que trabajaba en Southern Perú y había que utilizar el ingenio y lo que mamá nos había enseñado para salir airosa del reto encomendado.

POR: CHEF JULIANNA TOKUNAGA    

En el cálido y apacible puerto de Ilo, en mi casa de adobe y quincha (aún sigue igual), vivieron mis abuelos y mis padres desde que tengo memoria. ABTAO 650 dice aún con letras diminutas el pequeño letrerito que indica nuestra dirección.

En mi barrio todos nos conocíamos, éramos una gran familia. La puerta de mi casa tenía algo muy particular… no tenía llave, chapa, candado, ni seguro, ni pestillo, ni picaporte, ni nada, tan solo un truco para abrirla que consistía en empujar un ala de la puerta y jalar la otra.

Por las noches mi Papi le ponía un tubo de fierro, “dizque” para asegurarla. ¡Hoy pensar en eso, es imposible!

Recuerdo que, en épocas de leva militar, muchos amigos emprendían la carrera perseguidos por los soldados y más de uno que sabía del truco de la puerta, se metió a salvarse de ser llevado a servir a la patria en el cuartel, ja, ja, ja, ja.

En esa modesta casita de adobe y quincha, de pisos de madera que se limpiaban con petróleo, aprendí a cocinar. Mi bisabuela le enseñó a mi abuela y esta, a mi madre y mi madre nos cedió la posta introduciéndonos a mi hermana mayor y a mi casi sin saberlo en un mundo mágico que hoy llamamos Arte Culinario.

Para mí, nunca fue un castigo, ni obligación, cocinar; aunque la carne salía con hueso pues después de relajarme cocinando, tenía que lavar las ollas y platos cosa que nunca me gustó y hasta hoy no me gusta, ni me gustará.

Todo empezó, como ya lo conté antes, con la tarea de preparar el rancho (almuerzo) para mi Papi que trabajaba en Southern Perú y había que utilizar el ingenio y lo que mamá nos había enseñado para salir airosa del reto encomendado.

Yo leía emocionada cada recetario que caía en mis manos, algunos con recetas extrañas, con ingredientes que me sonaban rarísimos y utensilios que parecían sacados de las películas.

No era nada raro estar pegada a mi tía Elenita cuando preparaba sus deliciosas tortas, tal vez soñando que algún día podía lograr tener esa increíble destreza.

¡Yo adoraba ver a mi mamá filetear la carne, afilar sus cuchillos, haciendo que salieran chispas de ellos y ver aparecer de inmediato al gato que bajaba del techo, pues ese sonido le indicaba que había carne para comer!

Contemplar a mi madre cocinar era un verdadero placer, así como aprender todos sus secretos, que en realidad no son secretos pues ella todo lo da… todo lo comparte.

Han pasado los años, ya no vivo en esa callecita de Ilo, camino al Muelle Fiscal.

En la gran Lima, hoy recuerdo con nostalgia, mi vieja casa, el primus, la cocina de kerosene, la piedra para chancar ajos, la lata que usábamos para que no se queme el arroz, la paila de cobre, mi libro gordo de Petete.

En un instante, sentada en el primer peldaño sobre la escalera del éxito, contemplo agradecida mi nuevo refugio, pensando que yo me fui de Ilo, pero Ilo nunca se fue de mí y es por eso, que hoy me traigo mi “ABTAO 650” a esta parte de mi corazón.

Análisis & Opinión