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24 junio, 2025 2:22 pm

Abraham Morales Salvatierra la reserva moral de Mollendo (parte 1)

POR: ENRIQUE RIVERA SALAS   

Voy a iniciar este artículo periodístico con un pensamiento de Alessandro Mazariegos, que dice textualmente lo siguiente:

“Todos sabemos que la ley de la vida es nacer, vivir y morir. No entiendo por qué siempre la gente se preocupa más y piensa todo el tiempo en cómo va a morir, en lugar de preocuparse por disfrutar y vivir. Solo hay que luchar, ya que nadie regala nada, si uno no lucha por lo que quiere.”

Dejo constancia de que mi única intención es que este relato sirva de ejemplo para nuestras generaciones a través del tiempo.

Don Abraham no tuvo una vida fácil. Tenía apenas 2 años cuando quedó huérfano de padre y, a la edad en que más hace falta una madre —a los 8 años—, perdió a su ser más querido. Desde esa época vivió con la señora Eva, su madrina de bautizo.

Parece que Dios ya lo puso a prueba a muy temprana edad. Es por ello que, a los 13 años, empezó a trabajar, primero clavando los faluchos, que eran las lanchas de madera que usan los pescadores en el norte. Le gustaba la pesca y su diversión, sin querer, se convirtió en su trabajo.

Huérfano de padre y madre, estudiaba y pescaba; así se ganaba la vida.

Abraham, ya a los 15 años, era un muchachón despierto, astuto, con la mirada rápida. Ingresó a trabajar en una agencia naviera, y fue en sus momentos de descanso que leía libros y no se cansaba de preguntar sobre el manejo de la empresa. Cuando aún estaba en la secundaria, ingresó a trabajar en el puerto de Salaverry; ahí aprendió más sobre el manejo de los puertos.

Este pasaje desconocido en la vida de Abraham nos llena de energía para seguir su ejemplo.

Abraham Morales Salvatierra siempre estuvo agradecido a esta tierra, por eso jamás quiso irse a vivir al extranjero. Un hombre justo. Cuántos estibadores marítimos lo recuerdan y lloraron su partida, recordando aquellas jornadas cuando ordenaba comprar almuerzos desde Mollendo para su gente, y cuando él mismo ordenaba que se les pague más para que sus trabajadores vivieran dignamente.

Cómo lloró, el día de su sepelio, aquella señora humilde que un día, con tres niños pequeños, le tocó la puerta de su casa para pedirle comida, y Abraham le entregó las ollas con el almuerzo que Norma, su esposa, había preparado —las ollas de Renaware—. La esposa de Abraham, como todas, tuvo penita por sus ollas. Al día siguiente, la humilde mujer regresó las ollas bien limpiecitas. Continuará.

Análisis & Opinión